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J

José María Martín

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Cuando uno canta en casa una canción suele hacerlo a pelo, sin una banda que lo respalde, sin arreglos o en el mejor de los casos golpeando esa guitarra de cada casa española.

“Segundo Premio” es menos cruda cuando J la canta sobreponiendo su voz a un simple y amable teclado. Porque es cierto que todos salimos el pasado sábado de allí queriendo acudir a otro concierto de Los Planetas, con sus amplificadores a todo trapo, con la batería de Erik  retumbándonos en el pecho, con mucha oscuridad. Pero es que la crisis es la crisis y no hay dinero para tanto, así que habrá que aprovechar esta oportunidad. Habrá quien lo vea como una resignación, yo lo entiendo como una riqueza.

Porque ahora para algunos son días de reposo, sin necesidad de destilar tanta mierda interior, para el goce. Desconozco si para J también, está claro que al menos el proceso de su obra proyecta ese tránsito de lo oscuro a lo claro. Si no escuchen Grupo de Expertos Solynieve, a ver si no se contagia el placer de un trocito de melocotón flotando en un vasito de sangría. Se hace grande, dicen. Por eso cita a sus maestros, empezando por Manuel Vallejo -cantaor sevillano, Llave del Cante Flamenco en 1926- a quien “habría que recuperar” y que puso los vellos de punta con aquello de “si nadie te da calor donde quiera que te arrimas, vente que yo te daré zumo de mi corazón”. Con este segundo tema, “Señora de las Alturas”, ya nos había hecho entender de qué iba la noche: de colarnos en su casa, para oírlo cantar como nosotros, a pelo. Volvimos a “Una semana en el motor de un autobús” a través de Toxicosmos donde nos presentó a su acompañante al teclado “Julio el Checopolaco” que paseaba entre estrofa y estrofa con sus escalas teniendo claro que no hace falta tocar mucho para llamar la atención sino contenerse y tocar cuando es necesario. Recordamos que “las cosas que se estropean es muy difícil arreglarlas” en “Nunca me entero de nada”, y así fue como J se metió en faena y se puso flamenco con los fandangos que cantaba Enrique Morente (“Ya no me asomo a la reja”), para el que tuvo palabras de reconocimiento por todo aquello “que he aprendido de él” en el turno de preguntas, discretas y rápidas de nuestro querido Juanjo. “Después de haberme pasado toda la noche de jarana, me vengo a purificar bajo tu ventana”, se redimía, haciendo más actuales que nunca las letras flamencas. Porque si hay algo que hemos aprendido con los últimos discos de Los Planetas es la vigencia del flamenco, que además tiene algo que se cuela en la cabeza, quizá gracias a sus estructuras de repetición que uno juega a adivinar en temas como la saeta de nuestro querido Fosforito (“Virgen de la Soledad”) que termina en tarantas o las bulerías a la heroína del cantaor jerezano El Torta.

Hace unos años tuve la suerte de presenciar el encuentro entre J y Fosforito que tuvo lugar en Radio Córdoba. Las preguntas las hicieron Marta Jiménez y Antonio Manuel Rodríguez para la revista Boronía. De ese encuentro salió una magnífica entrevista en papel, una grabación que es histórica, unas curiosas fotos de ambos en la Taberna Salinas, una admiración de J hacia Fosforito y su sabiduría, un respeto de Fosforito a la reinvención de los palos flamencos que estaban acometiendo Los Planetas y una amistad entre J y Antonio Manuel, quien le dio a conocer su libro “La Huella Morisca: el Al-Andalus que llevamos dentro” (Almuzara 2010), lo que, sin duda, ayudó a enriquecer la canción “La nueva Reconquista de Granada” con la que abre Grupo de Expertos Solynieve su segundo disco “El eje de la tierra” y que fue elegida mejor canción andaluza de 2012. Todo eso germinó en una tarde, miren que fértil el terreno.

Las bases de “electrónica casera” que había traído Juli el Checopolaco -“lo casero no tiene por qué ser malo, mira si no la comida casera”- nos recordaron que apetecía movimiento y que si esto hubiera sido un concierto de Los Planetas a esa hora estaríamos todos ya locos de remate. Pero es la crisis, así que siguieron apoyándose en bases grabadas de batería y efectos de psicodelia jonda para volver a “Unidad de Desplazamiento” con “Plan de Fuga”, homenajear a Family con una versión de “El Mapa”, regresar otra vez al flamenco para versionar a Lole y Manuel -“el aire huele a pan nuevo, mi pueblo se despereza, ha llegado la mañana”-, pasear de nuevo por “Ópera Egipcia” de la mano de “Los Poetas”, alargada hasta la eternidad con la ayuda de un Fernando Vacas al que hay que agradecerle todo esto y por “La leyenda del espacio” con “Parece que hay un incendio”. Hasta llegar a la emoción de una versión limpia de “Un buen día” esa canción que calca mensajes alegres con notas alegres (mayores) y la melancolía con las menores.  Así volvimos a recordar que aquello no había sido otra cosa que un ejercicio de voyeurismo por el que J nos dejó entrar en su casa para oírlo cantar como cuando canta, como nosotros, solos y a pelo.

Todo esto ocurría un sábado por la noche, en Córdoba, gracias a los artistas y a la Fundación Cajasur, (hay que decirlo), sin que temblaran los cimientos del templo y a unos pasos de la magna procesión. ¿Quién nos iba a decir a los pecadores que el Palacio de Viana iba a convertirse en nuestro refugio en un día de tormenta?

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