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Costa Sol (espacios)

José María Martín

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Costal Sol, 17 de Octubre de 2012

18.00 horas. El luminoso de esta cafetería sigue luciendo la marca Pan Recor, el mismo cartel desde hace años en la esquina de la plaza con la calle Camino de los Sastres. Es uno de los bares supervivientes de éste, el centro por excelencia de Ciudad Jardín. Algunas otras mesas de la terraza están ocupadas: una pareja de unos cuarenta años, una mujer de unos setenta, un par de amigas de unos cuarenta y cinco años que hablan en algún idioma del Europa del este. El sol se refleja en los últimos cuatro pisos del bloque que hace esquina con la calle Antonio Maura, dirección Gran Vía Parque. Un hombre joven, vestido con vaqueros y polo azul marino de manga corta deposita unas monedas en el parquímetro. 18.03 horas. Se queda libre uno de los aparcamientos –zona azul- de la plaza. Los edificios de ésta están rematados en curva. El que queda frente a mi, en la esquina contraria del que está iluminado por el sol, tiene siete pisos y cada uno de ellos seis balcones. Cuatro de los siete están cerrados a cal y canto, con las persianas bajadas. De los cuarenta y dos balcones, dos tienen bastantes plantas y tres cuentan con alguna maceta solitaria. 18.05 horas. Dos mujeres de unos setenta años se sientan con la señora que estaba sola. Sigue aparcada desde que llegué una furgoneta de reparto de Tostfrit en segunda fila. En su lateral se observa el logotipo de esta marca de aperitivos de patata. 18.06 horas. Un coche ocupa el aparcamiento que había quedado libre. Es un Opel gris y su conductor no paga la zona azul. Esta plaza pilota sobre círculos concéntricos. El círculo del tronco del abeto gigante, el círculo ajardinado que lo rodea, la fuente circular que lo circunda, otro anillo más, ajardinado, la valla metálica pintada de negro, el bordillo que da paso a dos carriles circulares igualmente concéntricos, una zona de aparcamientos en batería y las terrazas de los bares como último escalón antes de topar con edificios que, si bien no son circulares, a través de sus terrazas sí conforman una especie de círculo definitivo. 18.10 horas. El coche cuyo conductor no pagó la zona azul se marcha, dejando libre el aparcamiento. Otro coche lo ocupa inmediatamente. La terraza del bar Niza, a unos pasos de donde me encuentro, esta repleta de abuelos. Bar Paco ha cerrado pero aún conserva sus carteles. Junto a él está la parada de taxi y frente a ella el bazar Costa Sol, donde compraba pilas y relojes Casio de pequeño. En el lado opuesto de la plaza se mantiene la heladería, creo que sigue llamándose Bahía -no veo el cartel- y más abajo la calle Damasco, el supermercado Obrero y el camino a casa. El conductor que acaba de aparcar paga la zona azul. Se oyen cosas: el movimiento de las ramas de los árboles, una moto que pasa y el llanto de un niño al que llevan en un carrito. El sol ilumina ahora una planta más del edificio de la esquina y atraviesa la plaza como una espada, de oeste a este, perdiéndose en dirección a los jardines de Veterinaria. Desde aquí se ve el estanco, los estudiantes y los ancianos que pasan. Parece que se dirigen a la zona latina, en el espacio entre Albéniz e Infanta Doña María, donde los hijos de los inmigrantes ecuatorianos y chinos no se sienten ecuatorianos ni chinos ni españoles, la zona donde Córdoba no mira. De vuelta a la plaza. Llega la línea siete de Aucorsa a la parada, detrás de ella sigue la tienda de ropa de niños, con un gotelé agresivo en la fachada, junto a ella, la frutería ha mutado a comprooro. Hay otra furgoneta, más grande, de color amarillo en segunda fila, que vende aperitivos de patata Matutano. También llega ahora un camión congelador de Bofrost. En la otra esquina hay un vendedor de PTV, cola en un quiosco de lotería y en la terraza de la cafetería una pareja joven que devuelve a la camarera el pastelito que regalan con el café. “No nos lo vamos a tomar, mejor que se lo coma otra persona, gracias”. 18.23 horas. Pagamos, dos treinta un café y un te y nos vamos.

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