Ser de pueblo
Cuando era pequeño nos vestíamos “de nuevo” para ir del pueblo a Córdoba. A nuestra forma, perpetuábamos con esa actitud una serie de microclasismos que habitan entre nosotros, con esa tendencia a que el pez grande siempre se creerá más importante que el pequeño por una cuestión de tamaño.
Carlos Castilla del Pino explicaba en la Casa del Olivo por qué en Córdoba se cuentan chistes de Fernán Núñez (mi pueblo). Castilla del Pino sostenía que a finales del siglo XIX pero sobre todo en el siglo XX fueron emprendedores agrícolas de Fernán Núñez los que revolucionaron el campo cordobés. Poco a poco, adquirieron o gestionaron tierras que permanecían en barbecho, y comenzaron a ganar dinero. Escalaron en la difícil jerarquía social cordobesa y los nuevos ricos de Fernán Núñez empezaron a sentarse en los clubs privados, cafés y restaurantes de la ciudad. La aristocracia cordobesa los recibió divertida y asombrada. Como en El Gatopardo, llegaba una generación de agricultores sin cultura alguna, con un fortísimo acento y unas costumbres muy rurales. Esos hombres que mantenían los callos en las manos de haber trabajado la tierra se convirtieron por eso y quizás también por su envidiada prosperidad en objeto de mofa y chiste. Y hasta ahora.
Esos microclasismos marcan. Aún hoy sorprende leer o escuchar a urbanitas con una tremenda cultura pensando en un pueblo como en un lugar lleno de jornaleros con sombreros de paja que trabajan en el campo de sol a sol con sus propias manos (los tractores aún no han llegado), un sitio aburrido en el que una pequeña población se dedica a despellejarse con metachismes de los unos y los otros (no, internet y las redes sociales tampoco han llegado; ni por supuesto los grupos de WhatsApp), un lugar imposible para la cultura donde no se puede ver una buena película, una obra de teatro o escuchar buena música (en mi pueblo hay una banda municipal y allí he visto hasta conciertos de Mano Negra) y una sociedad cerrada, donde todos los cambios son más difíciles que en la gran ciudad.
Siempre he defendido que en mi pueblo se constituyó la primera pareja de hecho entre dos hombres de toda Andalucía, que he visto más homofobia y más miedo a salir del armario en la gran ciudad, esa en la que supuestamente nadie te conoce, que allí. Y que desde luego no es un lugar idílico ni una arcadia feliz, donde la presión social de que todo el mundo te conoce y sabe lo que estás haciendo en todo momento no es algo que desee un adolescente, desde luego.
Los pueblos del siglo XXI siguen siendo un lugar desconocido para los urbanitas que se quedaron en el siglo XX. Cuando en Madrid me siguen preguntando, sorprendidos, que porqué sigue ganando el PSOE las elecciones en Andalucía después de tantos años siempre le digo lo mismo: yo he visto casas sin agua corriente, calles sin luz y sin asfalto en los ochenta, y hoy es imposible demandar algo, algún servicio, en un pueblo que no esté cubierto. ¿Deporte, ocio, cultura, sanidad, servicios sociales, educación?
El verano siempre fue de los pueblos. Casi todos los cordobeses que viven en la ciudad tienen uno. O al menos, uno prestado (a los forasteros hace décadas que dejamos de recibirlos a pedradas). Sus fiestas (no, tampoco tiramos gallinas del campanario ni hacemos campeonatos de a ver quién tira el arado más lejos) son abiertas, divertidas y libres.
Pero los pueblos se están muriendo. Al mismo ritmo que lo hace la ciudad. Los del Norte de la provincia van a la cabeza de un ritmo de despoblación que responde a dos cosas: que cada vez nacen menos niños y que los pocos niños que nacen tienen pocas oportunidades económicas en su pueblo y en la ciudad, y acaban emigrando.
Hay pueblos y pueblos. El mío, por ejemplo, es de los que gana vecinos (quizás por su cercanía a Córdoba o porque tiene una economía muy diversificada). Pero es una tendencia nacional, muy grave en las zonas del Guadiato, que se están vaciando. Lo mismo hay que volver a llenarlos. ¿Con quién? ¿No dicen que en España ya no cabemos con tantos inmigrantes? Estoy seguro de que si hay alguien que acogería a los inmigrantes de una manera muy integradora es la Córdoba rural. No todos sus vecinos, claro, que también hay de todo. Pero conozco los pueblos. O al menos los conocía.
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