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Pánico al consenso

Alfonso Alba

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Es extraño, muy extraño, que cuando se produce un acuerdo por unanimidad en el Ayuntamiento de Córdoba se reaccione contra él de una manera que no sé muy bien como calificar. La semana pasada, en un acontecimiento casi inédito en lo que va de mandato se produjo un acuerdo rápido y por unanimidad de los cuatro grupos políticos que representan a todos los cordobeses (y casi todas sus sensibilidades) en el salón de plenos del Ayuntamiento de Córdoba. El acuerdo era tan simple y a la vez tan poco dado al conflicto como el de otorgar los reconocimientos de hijos predilectos, adoptivos y medallas de oro y plata a personas y colectivos de la ciudad.

Me consta, por hasta cuatro fuentes distintas (una de cada partido político), que el acuerdo fue rápido. Más o menos se limitó a reconocer a un colectivo o persona propuesto por cada uno de los grupos. Así, por ejemplo, se concede la medalla de oro de la ciudad a Stop Desahucios a propuesta de IU y será hijo adoptivo el arquitecto Juan Cuenca por propuesta, también, del PSOE. El PP, en el Gobierno, aceptó de buen grado las propuestas, como la oposición aceptó las suyas.

Bien. Ocurrió entonces eso que tanto echan de menos los ciudadanos: todos los partidos políticos aparcaron sus rivalidades y se pusieron de acuerdo en algo (también es verdad que en este mandato también ha habido unanimidad para, por ejemplo, aprobar el plan especial de la Carretera de Palma, pero eso es otra historia). Se dejó al margen la batalla política, muy enconada en los últimos plenos, donde se llegan a rozar los ataques a lo personal incluso. Se decidió trasladar una imagen de acuerdo, de buen hacer, de consenso, de unanimidad, y de reconocimiento a gente con comportamientos dignos de tal cosa.

Pero, ay, seguimos enfrascados en la teoría de buenos y malos que tanto daño nos ha hecho, nos hace y nos hará. Que Cáritas y el Banco de Alimentos son los buenos, vale. También lo son los activistas de Stop Desahucios, que se parten la cara por reivindicar los derechos de la gente a la que los bancos lanzan de su casa sin el menor rastro de humanidad. ¿Tanto trabajo cuesta admitirlo? ¿Tanto trabajo cuesta reconocer que no son terroristas, que no son violentos, que luchan por una causa justa, con sus errores como todos, pero justa al fin y al cabo? ¿O pasará algo peor, que tenemos auténtico pánico al consenso, a no ser lo suficientemente agresivos o despiadados con el rival político como se espera de nosotros (bueno, de ellos, en concreto de algún concejal al que desde aquí le pido que siga así, que camine por la muy agradecida y valiente senda del consenso; porque es así, el consenso es más valiente que el arrojo temerario de la fácil confrontación).

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