Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
El Gatopardo con 'bitcoins'
La obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa de El Gatopardo es una de esas obras de arte irrepetibles que tantas cosas explica. A través de una saga, comprobamos cómo cambió todo para que todo siguiese igual en la Italia rural. Aquí en Córdoba fue Carlos Castilla del Pino en su libro La casa del olivo el que lo retrató de una forma muy singular. El psiquiatra desveló el motivo por el que en Córdoba se cuentan chistes de la gente de Fernán Núñez, en vez de Lepe. Y está en el Círculo de la Amistad, donde los señoritos, los aristócratas cordobeses, pasaban el tiempo y se horrizaban cuando eran los agroburgueses de Fernán Núñez los que poco a poco empezaban a acumular tierras. Estos antiguos labradores venidos a más comenzaron a arrendar tierras, a lograr grandes beneficios y a comprar fincas. Después, se casaron con las hijas de esos aristócratas y empezaron a entrar en los casinos. Apenas habían estudiado y por supuesto seguían hablando como la gente del campo que eran. Sus modales y su falta de estudios motivaban las risas y los chistes. Todo eran risas hasta que un día aquellos señoritos descubrieron que dependían de los antiguos labradores de Fernán Núñez para sostener sus palacios y su nivel de vida. Todo cambió. Sin darse cuenta, perdieron sus fincas, que cambiaron de manos. Pero nada cambió. El latifundio se mantuvo inalterable. Y aunque se producía más y mejor, los trabajadores del campo tuvieron que luchar mucho para prosperar algo. Que fue muy poco.
En 2024 vivimos una especie de Gatopardo pero con bitcoins. Ya no viene la gente de los pueblos a labrar las tierras de los ricos. Los nuevos ricos han ido vendiendo sus latifundios poco a poco a empresas que en muchas ocasiones no se sabe ni de quién son. En las últimas décadas, los fondos de inversión han entrado en el mundo rural por muchos motivos y han comenzado a acumular nuevos latifundios como antaño. Hoy es muy difícil vivir del campo a no ser que poseas una finca enorme y muy moderna. Y ni por esas. La mayor parte de los minifundistas cordobeses tienen otros trabajos. Y la renta agraria es más un complemento que un modo de vida. No se entiende de otra forma que a estas alturas sobrevivan las enormes agrociudades andaluzas.
Pero poco a poco, de manera silenciosa, el mundo rural se transforma. Y de la misma manera que los fondos de inversión han entrado a controlar la vivienda en España, lo están haciendo en el campo. La vivienda y la comida: los dos bienes básicos que los humanos necesitamos para vivir. Un techo y alimento.
El mundo rural es muy complejo. Y seguro que cada agricultor y ganadero tienen motivos distintos y a veces contradictorios para quejarse. Pero el origen de todos sus males está en algo que se llama libre mercado. Con él, es más barato importar alimentos que producirlos. Para evitar el drama que supondría quebrar el sector primario, Europa decidió hace décadas subvencionarlo. Se fijaba a la población al territorio y se evitaba un cataclismo social. Pero poco a poco el libre mercado va ganando terreno y los agricultores y ganaderos son desplazados por otros modelos más rentables: macrogranjas o grandes explotaciones, muy tecnificadas, con poca mano de obra y brutalmente extractivos.
Creo que la mayor parte de los agricultores que están saliendo con sus tractores a las carreteras tienen razón para quejarse. Pero las protestas se comienzan a deslizar por el filo de una peligrosa navaja. Cada vez más se ataca a los burócratas de Bruselas, a los partidos de izquierdas, a los ecologistas, al Pacto Verde Europeo o a la Agenda 2030 como si ese fuera el problema. Y no. El problema es el modelo.
Las medidas del Pacto Verde Europeo son acertadas si queremos que el campo siga existiendo. Los ecologistas llevan décadas advirtiendo de lo que está ocurriendo hoy día en el mundo rural. Uno de los dramas de la rentabilidad de las explotaciones tiene que ver con el cambio climático. Si el aceite está por las nubes es porque no hay producción. Y si no la hay es fundamentalmente a causa de una sequía histórica. Si no diluvia en los próximos meses, este verano no habrá riegos extraordinarios y muchas cosechas serán inviables.
En estas protestas se están colando mensajes que es probable que no vayan a ningún lado. Podemos seguir extrayendo agua prehistórica de acuíferos desconocidos para seguir regando por encima de nuestras posibilidades, podemos mantener el nivel de fitosanitarios o acumular macrogranjas. Podemos hacer todas esas cosas pero asumiendo que la tierra dentro de unas décadas será menos productiva, que los agricultores del futuro tendrán aún menos oportunidades y que el mundo rural dejará casi de existir.
O podemos ser sensibles. Entender las protestas y regular el mercado. Europa tiene que ser soberana, en energía y en alimentación. E imponer aranceles a unas importaciones que ahogan a los locales. Pero eso sería cambiar el modelo, algo de lo que nadie habla.
Sobre este blog
Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
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