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Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.

Los cines y la ciudad

Cine de verano a oscuras.

Julio Díaz Sánchez

23 de abril de 2025 20:16 h

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En el casco histórico faltan plazas de aparcamiento. Pero tampoco es que haya superávit de lugares para ir a bailar. También hay emergencia habitacional. No hay estaciones de tren ni suficiente comercio para abastecer las necesidades de los residentes. Y el único ocio más allá de los escasos jardines o plazuelas, son los cines de verano.

Si tienes la suerte de poseer una casa, piensas comprarla o te cae en lotería heredar una propiedad en la zona, no te cabría en la cabeza lamentar que no hay piscina olímpica donde practicar aquagym.

Si vamos más allá, resulta una obviedad explicar que vivir en un pueblo suele ser sinónimo de tranquilidad, cercanía con el vecindario, aire limpio y un largo etcétera. Pero no se puede pretender tener una universidad en cada municipio o acceder a la oferta cultural (en términos de eventos) de la que se dispone en una ciudad. Es por ello que vivir en una zona residencial de nueva construcción ofrece urbanizaciones amplias, ajardinadas o incluso piscina (para quien pueda permitírselo). Pero sería un absurdo mudarse a este lado de la ciudad buscando un entorno patrimonial protegido.

Cada ámbito de una ciudad es hijo de su tiempo, reflejo del momento de su creación. Tanto en las nuevas zonas residenciales como en los cascos históricos, incluyendo todas las variantes que caben entre ellas o las sobrepasan. Por lo tanto, es normal que haya amplios centros deportivos y grandes avenidas en unos (se crearon para satisfacer la hipermovilidad y la sociedad del automóvil), y edificios protegidos o calles peatonales en otros (fueron creadas desde un prisma más humano, varios siglos antes de la invención y popularización del coche).

Con el automóvil hemos topado

Sin embargo, a fuerza de costumbre y billetera nuestra sociedad ha encumbrado al automóvil privado en la cúspide urbana, como el único evangelio posible. Y para ello no se escatima espacio, dinero público y privado, servidumbres, planes urbanísticos, estaciones para medir el aire, accidentes, plazas, rampas, bordillos… y ahora también, los cines de verano. Todo lo que sea menester para hospedar con las máximas comodidades al indiscutible rey de la selva urbana.

Esta lógica no es nueva, pero resulta de distorsionar torticeramente los derechos de libertad de movimiento y el de movilidad universal (reclamar que no haya barreras arquitectónicas si tienes algún tipo de limitación motórica, por ejemplo) hasta equiparlos con el derecho a acceder con tu coche privado o el derecho a aparcar.

Sabemos de sobra que la propiedad de un bien no da carta blanca para disponer de él a tu antojo. Y menos aún para comprometer el entorno de tu propiedad, que compartes con otros propietarios y limita, en última instancia, con lo que es de nadie, o es público. Existe una normativa que regula también en tu propiedad. Por eso, si te compras una finca en un parque natural, no tienes derecho a talar las encinas, construir un palacio o secar un arroyo. Ni siquiera a disponer del subsuelo. Lo de “ojos que no ven, corazón que no siente” no aplica a nivel urbanístico.

También hay limitaciones por arriba y por abajo: la servidumbre vertical. Y ello condiciona que puedas subir un muro hasta invadir la de tu vecino. Las leyes y el sentido común impiden que cualquier propietario haga lo que le venga en gana en su cortijo.

Martín que estás en el 7º Cielo

En algún momento tendremos que llevar a pleno que Martín Cañuelo tenga una calle o un cine a su nombre, por haberse alzado como tótem de la cultura cordobesa y ejercido su papel de ser social de una manera ejemplar y con denuedo, incluso arriesgando su patrimonio. Mientras tanto, solo podemos admirar lo que hizo por la ciudad de Córdoba. Y como no hemos heredado la propiedad de los cines, no podemos decidir la programación, ni el precio de las entradas o si queremos recuperar la sesión golfa. Pero como ciudadanía, tenemos la potestad —y casi la obligación— de velar por un entorno urbano en el que la vida y la vecindad estén por encima de los intereses espurios, los privilegios disfrazados de derechos y el libre albedrío del poder del dinero.

Resumiendo, los herederos de Martín Cañuelo tienen todo su derecho a cerrar los cines si lo estiman oportuno. Si lo hicieran, quizá la Junta, el Ayuntamiento o la acción ciudadana deberían pronunciarse para evitarlo. Pero bajo ningún concepto, por muchos anuncios que se hagan a bombo y platillo, podrían disponer de esos espacios para abrir una macrogranja de caracoles, una discoteca subterránea o un circuito de motocross. Y, del mismo modo, tampoco tienen ninguna legitimidad para transformar el espacio con un aparcamiento subterráneo (ni con ninguna otra ocurrencia que puedan proponer en el futuro).

Aunque el padrón no pone ni quita legitimidades, probablemente la nueva gestora no vive en el barrio y no se preguntará la ciudad que quieren para ellos y sus hijos. Al contrario, les vendrá estupendamente una autopista para entrar y salir con rapidez del patrimonio que gestionan. Pero no pueden utilizar la memoria de los cines para chantajear a las ordenanzas y la limosna por un anhelo de aparcamiento como rehén para ganar dinero a costa de la vecindad y la salud. Las leyes, por suerte, no entienden de sentimentalismo.

Sin embargo, por la pleitesía que como sociedad hemos consentido a la lógica del coche privado, se puede lanzar una idea lunática como esta y que haya vecinos y medios de comunicación que escriban loas y lo consideren casi como una medida redentora que ponga fin a una injusticia, una necesidad y una demanda histórica de a peseta.

No es que el casco histórico esté mal diseñado, ni que se quiera discriminar a sus residentes. Es que nunca fue pensado para la invasión del coche privado. Y en lugar de adaptarnos a él con inteligencia, de usarlo como ariete hacia la ciudad del futuro, queremos redibujarlo a martillazos y tuneladoras para que encaje en el molde de la movilidad individual, contaminante y anacrónica. De nuevo, una perversión monumental de nuestros privilegios y prioridades individuales.

En mi casa no siempre mando yo

Sería impensable plantear, por ejemplo, un aparcamiento bajo la Iglesia de San Lorenzo o el colegio López Diéguez. Y sin embargo, cuando se trata del coche, la línea de lo absurdo se desplaza sin cesar. Hemos perdido esa capacidad de pensar en lo común. Su necesidad devora lo simbólico, lo útil, lo bello, lo comunitario. Y hemos interiorizado que cualquier cesión es un peaje “razonable”.

La intervención que se plantea en los cines de verano no es menor, como dice la propaganda. Requeriría modificar el PGOU y, muy probablemente, la ordenanza de movilidad, puesto que supone una reinterpretación a gran escala de varias calles y barrios del casco histórico. No sería imposible, obviamente, pero tiene sus trámites y sus plazos. Y eso no lo puede determinar ningún particular, aunque tenga unas escrituras de oro, sin la aquiescencia del Ayuntamiento (salvo que este le ponga la alfombra roja). Y la Junta, pues no está de más recordar que el PGOU es un documento que requiere del consentimiento de ambas administraciones.

Cuidado, porque ya conocemos el caso de ciencia ficción de Barcelona: una administración pública que peatonalizó varias calles del centro, para entregarlo a la infancia, la vida y la salud; acabó viéndose obligada a abordar la restitución del tráfico por una sentencia judicial, tras una demanda del lobby automovilístico. El argumento: que la intervención requería modificar el plan general metropolitano.

Como ciudad, como ciudadanía, los modelos a veces se negocian palmo a palmo. En una tensión constante entre la sociedad que los crea y las condiciones materiales que la posibilitan y la configuran. Afortunadamente, existen toda una serie de garantías jurídicas para frenar las ocurrencias mesiánicas sobre lo que pertenece a la ciudad. Pero sobre todo existe una responsabilidad política y social de no seguir rindiendo pleitesía a un modelo que, en nombre de una supuesta libertad de movimiento en vehículo privado, arrasa con el patrimonio y la memoria. El coche, como la especulación y el dinero, no se conforman con moverse, sino que exigen mandar. Hasta en la cartelera. No la perdamos de vista: “Los cines, el coche y la ciudad (que no queremos perder)”.

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Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.

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