En la tarima
Tiene Anguita la nobleza y el linaje de los grandes de la Historia. La misma que le ha negado y le ha roto el corazón. Seducen sus discursos cargados de palabras necesarias para tiempos negros.
Incomodan sus reproches a quienes abandonaron los sueños y se acomodaron en las poltronas. Molesta a los que mandan porque nunca se vendió, por no estar en venta su alma.
Gusta a sus fieles por su honestidad, por su coherencia y lealtad a sí mismo, a sus profundas convicciones, a sus principios inquebrantables, labrados a golpe de libro y estudio, de reflexión, mesas de dominó y caminatas solitarias.
Pasea con la cabeza alta, mientras sus antiguos compañeros de promoción se van a apagando en algún rincón y sus discípulos más aventajados reniegan del compromiso e integridad que les impartió como pilares de la acción política.
Regresa con sus papeles, caladas las gafas que dejan entrever unos ojos cansados y luminosos a la vez, de ilusión y rebeldía. Enseña postulados que muchos tildaron de
visionarios, como despacha
la derecha ideológica cuando se
atenta contra el privilegio y el lucro.
Se subirá al estrado y encandilará a los presentes con su verbo pausado y enérgico. Y los retará para que la queja se traduzca en acción, el lamento en desobediencia y la apatía en generosidad.
Esta tarde vuelve al Aula Magna de la Política, el maestro Anguita a impartir una nueva clase de esperanza, esa que necesitan las gentes para no apagar la luz en esta era sombría.
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