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Posos de café en el Congreso

Manuel J. Albert

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Nadie dijo que fuese a ser fácil. Cuarenta años de dictadura personalista, mediocre y mezquina no podía dejar nada bueno en España. Y sus posos, oficialmente enjuagados, siguen en el fondo del vaso de este Estado al que llamamos, formalmente, democrático. Pero la arena negra y medio licuada asoma de vez en cuando, manchando el vidrio y metiéndosenos entre los dientes en pequeños sorbos. Nos recuerda así, molesta y sutilmente, de dónde venimos, dónde vivimos y quién y cómo manda en el país.

El martes por la noche, un puñado de hombres y mujeres en pie, aplaudiendo hasta hacerse daño, jalearon al ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, en el Congreso de los Diputados. Celebraban que todos a una, sin fisuras, como una prieta falange romana perfectamente uniformada, habían respaldado la reforma más restrictiva de la Ley de Aborto. Y ejercieron una vez más, sabiéndolo o no, de ese café pasado, amargo y sucio tan corriente en la posguerra española.

Nadie dijo tampoco que fuese a ser rápido. A ojos de un geólogo, los tiempos que manejan los historiadores en su trabajo analítico están regados de metanfetamina. Lo mismo ocurre cuando un historiador se asoma al histérico frenesí en el que viven los periodistas. Por eso, cuando éstos se mesan los cabellos indignados por la tardanza y lentitud de las cambios, los expertos en Historia les exponen en la pizarra los grandes ciclos de décadas y siglos; les explican los largos periodos de cambios; y les destacan cómo los estertores de los tiempos que desaparecen se superponen a los primeros balbuceos de los que llegan para imponerse.

¿Hace ya casi 40 años que terminó la dictadura? Dentro de un par de siglos, un historiador nos dirá que tal vez acabó en el papel, pero que muchos de sus mecanismos, úlceras, taras y tumores acompañaron durante muchas décadas más al pueblo español. Como los posos de café en un vaso mal lavado. Y nos demostrará que buena parte de las jerarquías en el poder simplemente adaptaron su estética y su lenguaje a la moda del momento, pero sin flaquear en ideas profundamente enraizadas y de una visión monolítica, conservadora, personalista y autoritaria.

Estructuras reconvertidas en partidos políticos capaces de elegir y defenestrar a sus generales regionales con el simple dedo índice del líder. Una élite miope que no encuentra sentido a escuchar a la gente, ni siquiera a su propia gente. Un estrato, más moral que social, que no entiende el sentido de lo público y sí suele tender, en cambio, a buscar el lucro y, sobre todo, la imposición personal. Una especie que, de una forma no muy inteligente, lleva siglos aferrándose como chapapote a las rocas del poder, convencida de que el oleaje jamás la arrancará.

Pero la Historia nos demuestra que, a veces -solo a veces- una ola y otra ola, y otra... Y otra...

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