Lo real, lo Real
Lo escuché en varias tertulias, lo leí y pensé que quizás sí, con tanta adversidad nos creemos cualquier cosa. Lo veía y recordaba mi infancia, los comentarios de mi madre refiriendo la edad de cada hermano en relación con una infanta o el príncipe, como si eso nos hiciera cercanos, como si fuera una garantía de que compartiríamos un destino que para ellos aparecía esplendoroso, con todos esos oscuros señores que a ti y a mí tratarían con absoluto desdén agachando la cabeza ante unos niños. Ahora había llegado nuestro momento, seguir su estela, tengo que salir como él, seguro que están ahí fuera, quizás si quito el tendedero, si salgo en el momento exacto…
Felipe VI no podía hablar de lo real. No podía hablar de la desigualdad, porque su condición es su máxima expresión; no podía hablar de la desigualdad de género porque gracias a ella el rey es él y no su hermana Elena; no podía hablar del saqueo que sufre la ciudadanía porque al día siguiente de abdicar su padre se reunió con los más ricos del país, y aún no sabemos nada de la fortuna de su familia. Como no podía hablar de lo real, habló de lo Real, que es exactamente su opuesto, su complementario, es la nada con mayúsculas. Lo Real es un territorio para exégetas del matiz, un pregón de Semana Santa, una conferencia inaugural de cronista oficial. En sus palabras defendió la unidad y la diversidad, el cambio y su papel de observador, frases como las que llenan los folios desgastados de cualquier opositor a la Administración. Un discurso inerte cuyo único sentido es su sin sentido, una excusa para que todos sus apologetas escribiesen lo que querían escribir, lo que debían escribir.
Lo Real es un cuento lleno de cuentos como una matriuska, un baúl en el que hay de todo para organizar el poder y para que nos quedemos embobados mirando y escuchando, porque lo que tienen en común es que en ninguno de ellos somos protagonistas, siempre nos toca mirar, comentar o agitar una banderita. El más evidente es el de princesas, amores, felicidades, pero de todos los cuentos que se han contado el que más me divierte ahora es el del cambio generacional, yo que comparto generación con nuestro preparado monarca. Él representa el cambio generacional, dicen, y me miro yo en el espejo pensando que ahora ya ha cambiado todo para mí, que ahora es la mía, la nuestra. Recuerdo las palabras de Javier Roiz en un seminario de ciencia política de mi etapa estudiantil en las que nos decía “no os engañéis, ahora que tengo cierta edad he descubierto que la madurez es el poder, ninguna otra cosa”. Nos dirán que es pronto, que esperemos, y al día siguiente que ya es tarde, que les toca a los siguientes, porque realmente a la gran mayoría nunca le toca, pero no son spoilers y no te lo dicen hasta el final, para que te creas la película y aceptes tu papel. Felipe VI no es poderoso por tener 46 años, lo es por ser hijo de quien es, y lo ha sido siempre, y la gran mayoría no lo es ni lo será. Pero ahí andamos con el cuento de la generación y del recambio, para que pensemos que nos tocará, o incluso que ya nos ha tocado, que somos clase media, esa clase trabajadora que lee libros y se piensa por ello que es otra cosa.
Voy a intentarlo de nuevo. Anoche salí porque escuché un murmullo que me hizo pensar que ya estaban todos en la calle, esperándome, pero resultaron ser unos borrachos y el camión de la basura. Salí despaciosamente, esperando empezar a ver en cada paso que avanzaba las cabezas de la multitud aguardándome ilusionada. No había nadie, pero creo que no lo había comprendido aún. Es necesario sonreír con naturalidad, y eso requiere mucho ensayo, y salir con la familia, esto es cosa de familias unidas sonrientes. Lo intentaré de nuevo, porque lo he vuelto a escuchar en la radio, ahora es el momento de una nueva generación, y me he preparado, he quitado el loro de escayola del balcón y he limpiado las cagadas de paloma. Me afeito, me termino de vestir…“niños, poneos guapos, que vamos a salir al balcón”.
Nota: La imagen es cosa de José María Ramírez Troyano et alie.
0