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Plaza Syntagma

Ángel Ramírez

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Ultimamente mientras más complejo es un asunto menos me esfuerzo en su comprensión. He visto que los análisis multivariantes no aciertan más que una mirada atenta de unos cuantos segundos, así que, como además me he afiliado al maniqueísmo (una aberración para el relativismo moral posmoderno con el que molábamos hace años) en dos golpes de vista ya sé de qué lado voy.

Veo a los griegos y griegas bailando sirtakis en la plaza Syntagma y a los prebostes de la UE circunspectos y diciendo frases ambiguas y prepotentes y pienso que cómo puede alguien dudar de quiénes son los buenos. Los griegos, con esa alegría imposible de fingir, divirtiéndose como si ese fuera el único instante de su vida, sin pensar por unas horas en la realidad que les espera cuando acabe el baile, orgullosos de haber hecho lo que debían, no haberse dejado llevar por el miedo. Y por otro lado a los De Guindos, Schulz, Junker, Draghi, todos presentan ya esos rostros inescrutables construidos en la hipocresía propia de las clases altas y perfeccionados en las escuelas de negocios y las muchas negociaciones que han hecho que la mentira se convierta en una forma de vida.

Con sus frases exactas y su seriedad intentan convencernos de que los griegos nos estafan, que son holgazanes, y que nosotros sin embargo somos como ellos mismos, trabajadores, rigurosos, y que por eso representan nuestros intereses. Nos dicen que ellos defienden a Europa, la defienden de esos irresponsables en los que yo me reconozco, con las bermudas, la dicha breve de haber hecho un corte de mangas a estos gestores de las desgracias ajenas que se apropian del proyecto europeo, sabedores de que la felicidad será efímera, lo que tarde ese ejército de cenizos en inventar una nueva argucia.

Sé que la dicha de los griegos en esa plaza y la mía compartiéndola es un pequeño milagro, pero espero que consigan contagiarnos de esa valentía despreocupada y orgullosa. Son ya demasiados los años en los que hemos aceptado una y otra vez pulpo como animal de compañía, que el futuro será peor, que nos tocó en la parte descendente del ciclo y que la insultante opulencia de unos pocos ocurre como han ocurrido hoy los 45 grados a la sombra. Me gusta escuchar nombrar a la plaza Syntagma porque esa palabra me recuerda a la infancia,  uno nunca más vuelve a usarla y queda convertida en una de las herramientas con las que empezó a entender el mundo, y ahora me emociona ver que representa una rebelión contra la espesura y la resignación. Aquí estamos en ello, pero a Madrid se le dan mal las plazas, sólo nos queda el recuerdo de Sol hace ahora cuatro años. A ver si repetimos.

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