Edilicias y poliorcéticas
Perdonad el exabrupto pero no es cosa mía, sino de algún arqueólogo que escribió los textos en los paneles de la muralla de la plaza del Colodro. Los palabros se encontraban en una frase tal que así “no siempre es fácil distinguir si estas construcciones son musulmanas o cristianas, ya que las técnicas edilicias y poliorcéticas eran muy similares… ”, y yo claro me sentí un poco ignorante por no conocer tan divulgativos términos (con lo que me gusta a mí un paréntesis). Mejor me lo pasé unos días antes cuando me encontré una cosa pétrea en una zona verde al norte de las vías del tren y los restos del palacio de Maximiano, y vi que había un panel que explicaba la cosa. Para un lego parecía una arqueta, o una pequeña pantaneta, así que me dispuse a comprender el sitio y su historia. De pronto me encontré en un ejercicio de oposición en el que tenía que averiguar el significado de términos imposibles y, lo que es más difícil, su correspondencia con la realidad. Miraba yo la cosa y me parecía imposible que pudiera contener tantos significados que nada significaban para mí, y que todos ellos juntos me ilustraran tan poco sobre la vida de la ciudad, la superposición de etapas y usos. La cosa de pronto era como un Tente en el que cada pieza tenía su nombre, y allí me pegué diez minutos de averiguaciones imposibles.
Me gusta la arqueología y los que saben dicen que Córdoba es una mina y que la puedes echar a pelear con cualquiera en eso. Me gusta porque te ofrece un ejercicio de indagación, de imaginación, te da una pista para que construyas tu propia versión del pasado de la ciudad, para que relaciones elementos, conocimientos y suposiciones y construyas un relato en el que tú eres el penúltimo actor por orden de aparición. Y sobre todo me gusta porque te enseña que las cosas no siempre han sido así, que lo que fue brillante terminó decadente, que el centro pasó a ser periferia, y que la misma cosa fue silo, mercado, templo y ahora monumento, y en ocasiones a la vez. Aprendes que ni lo cristiano lo es tanto, ni lo musulmán, porque la gente colaboraba y se copiaba y se echaban una mano unos a otros (a veces con más intensidad de la cuenta) sin preguntarse el credo. Y que casi todos los edificios de España fueron en su momento un cuartel de las tropas napoleónicas. Parece una simpleza, pero no creo que sea la forma en que los ciudadanos estamos habituados a mirar la ciudad, y ese entrenamiento sería muy útil para conocernos, pero sobre todo para trazar nuestro futuro, liberados de etiquetas que a base de simplificar traicionan la realidad.
“Arqueología somos todos” (ellas supongo que también) lleva dos años divulgando esta ciencia y según nos cuentan tienen buenos planes para seguir haciéndolo, y conozco instituciones que hacen mucha y buena divulgación, como el Museo Arqueológico. Pero no faltan tampoco los ejemplos en los que esa invitación a imaginar es mutilada por explicaciones o textos especializados, obsesionados por las tipologías, más propios del poster de un congreso internacional. La pieza o el sitio son despojados en ocasiones de sus significaciones sociológicas, literarias o de género, impidiendo que cada cual construya su particular ruta, aprenda lo que le interesa, e imagine aquello que necesite imaginar. Si los jardines de Orive, el conjunto Alcázar-Caballerizas y las ruinas de Claudio Marcelo se van a convertir en nuevos lugares de interés arqueológico espero que consigan que lo sea para alguien más que los propios arqueólogos, que andan convenciéndonos, y con razón, de que este esfuerzo es, además, una buena inversión.
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