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Un botellón en la Mezquita

Ángel Ramírez

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“La Mezquita para mí es muy importante porque yo me besaba ahí, en el patio de los naranjos, y venía con los amigos a hacer botellona. Estando yo en el instituto, el último día del primer trimestre, el patio era una enorme botellona, veníamos jóvenes de toda Córdoba”, me dice una amiga, que lleva mal lo que ha ocurrido en los últimos años con ese lugar. Lo recuerda en estas páginas también , Isabel Romero, la directora general del Instituto Halal. “el patio de los naranjos era un espacio público de encuentro, la gente iba allí. Yo estaba todos los días, veías venir a los turistas, veías la diversidad, te encontrabas con los amigos, se podía tocar la guitarra. Era un sitio libre y ciudadano. Pero eso se ha perdido y en los últimos 10 ó 15 años se ha endurecido todo”.

Surgió la conversación por los pocos jóvenes que veíamos en las acciones de reivindicación de una mezquita pública, como en tantas otras cosas. Los jóvenes suelen ser esquivos, se presentan cuando nadie les llama, y son impermeables a la mayoría de los mensajes que las organizaciones políticas, cualesquiera, les envían. Esto es así pero el comentario de mi amiga me hizo pensar que en este caso había algo más. Los jóvenes, al contrario que ella, no han tenido experiencia de la Mezquita más que como espacio turístico, o sea que la han borrado de su vida, es un icono, una referencia de la que alardear cuando viajamos, pero uno no va allí, es casi de tontos ir, con las colas, la gente desorientada y esa bobaliconería que se apodera de cualquier lugar tomado por el turismo de masas.

Vamos de aquí para allá sin saber por qué, un poco a la deriva, pero cada aquí y cada allá se convierte en un registro, un recuerdo y una posibilidad, es una parte de nosotros inmeditada, como casi todas, lugares que estarán en infinidad de sensaciones cotidianas sin que lo sepamos. Esa situación de extrañeza o de soledad, o de contento, que nos asalta brevemente sin que apenas reparemos en ella, probablemente nació en una situación de vergüenza o de emoción que ahora ha vuelto porque ocurrió por allí, o en otro lugar parecido, o con alguien que ahora nos acompaña.

Veo a mi amiga irritarse con esta conversión de sus recuerdos en un parque temático, y siento envidia porque ella pudo vivir alguna vez ese patio como cualquier otro patio, sin patrimonios, ni historias. Más allá de la titularidad del monumento y del culto y de los nombres, quizás lo que le hace falta a la Mezquita, o más bien a lxs cordobesxs, es irnos allí en plan marcha verde con la misma naturalidad con la que vamos al mercadillo o al río, a bichear, a saludar, a perder el tiempo, a mirar, a que nos miren, a perdernos, a encontrarnos, como el que va a echar el día a Fuengirola. Igual, sin necesidad de que nos cuenten batallas, encontramos el alma de Córdoba.

Nota: Este jueves Juanjo Fernández, Manuel Harazem, Hedwig Marzolf, Pedro García del Barrio, Antonio Vallejo, David Luna, Octavio Salazar y Juan José Tamayo han quedado para que hablemos hasta cansarnos de la Mezquita. Será en la Biblioteca Central y para terminar de presentar el último número de la revista Rebelarte. Para que nos contéis las borracheras esas adolescentes.

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