A lo mejor
Ahora, a toro pasado, parece todo muy inverosímil. El continuo vilo de la vida o muerte, el equipo supersecreto de científicos, las idas y venidas con la niña por medio mundo, la cueva en mitad de una guerra en Afganistán. Ahora sí, todo suena tan fantástico que no te lo tragas ni con media barra de rústico. Pero yo me lo creí. Y nadie me engañó. Simplemente, quise creer.
Y tanto que quise. De hecho, recuerdo que lo comentaba en redes sociales usando un término a propósito: “orgullo ajeno”. Me creí tantísimo esa historia, con todos sus locos matices, que sentí una sincera y enorme sensación de satisfacción personal, aun sin conocer ni al sujeto ni a la familia en cuestión.
Luego, al cabo del solo par de días que transcurrió entre uno y otro artículo, me invadió un sentimiento diametralmente opuesto al anterior, una pena profunda, difícil de sofocar. Se cae un mito sin apenas haberlo conocido.
Supongo que fue porque sigo creyendo que hay, detrás de todo, una niña con unos problemas concretos. Que serán mayores o menores, pero problemas al fin y al cabo. El caso es que me dio mucha más lástima el hecho de pensar que tuviera un padre que pudiera “manosear” así la realidad de su hija, que cualquier enfermedad que esta tuviera, por muy rara que fuera.
Me sonó demasiado familiar, y quise creer que existían héroes así, sin capa ni espada, capaces de darlo y hacer absolutamente todo por sus hijos. Y si me llegan a decir que por el camino mató un dragón por salvar a la niña, te juro que me lo creo, enterito, porque para sacar a estos niños adelante hace falta creer en esas cosas. No me duele tanto el hecho de dañar la labor y buen nombre de otras causas y entidades que se dedican muy en serio a esto. Creo que, de justos y pecadores, están llenos los infiernos y alguno más no se va a notar de un día para otro, la verdad. Es más, los que de verdad peleamos por alguna causa, un bache como éste no frena, se salta y punto, a seguir corriendo.
Lo que me dolió de verdad era calibrar lo triste de la vida real de esa familia. Si el padre, o la madre, o los dos, han sido capaces de sacar semejante provecho de un problema de su hija, eso sí que no tiene solución, ni remedio, ni cura que lo bendiga. Y eso es una verdadera lástima, como digo. Esa niña necesita una familia con los pies bien firmes en la tierra, porque no lo tiene fácil, ni lo va a tener. Ahora, además, perderá cualquier esperanza de ayuda que hubiera podido beneficiar de verdad a la pequeña. Eso huele a cárcel y retirada de custodia.
Pero bueno, hay cuentos con hilos tan, tan retorcidos, que no te imaginas cómo será su desenlace. A lo mejor, por raro que parezca, su padre no es el personaje principal; a lo mejor, la cosa da un giro extraordinario y la pequeña Nadia da con una persona a la altura de su historia, de su sonrisa. Quién sabe. A lo mejor…
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