Educación propone segregar a los alumnos por guapos y feos para el próximo curso.
Hay un estudio que dice que los feos son más listos, pero se distraen mirando a los guapos. Por supuesto, los padres no podrán participar en la selección por ser, sospechosamente, subjetivos.
No hace falta que recalque el tono irónico del titular. Es tan absurdo como increíble. Pero, ¿y si te dijera que algo parecido se viene dando desde hace muchísimo tiempo? ¿Y si te dijera que no es tampoco propio de unos u otros colores políticos? Tiene que ver, con razones económicas. Las distintas administraciones que gestionan lo educativo en según qué territorios aplican, sin complejos, criterios –o excusas- económicos para segregar a unos alumnos del resto.
Y eso que nuestra Constitución es clara al respecto: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Ni entro en lo que contiene sobre la Educación, porque me da vergüenza ajena, la verdad.
La discriminación se da. Aunque tú no la veas o la sufras, está ahí. Lo que pasa es que te puede parecer lógica, incluso buena. En los colegios, se filtra y agrupa a los niños en función de que presenten o no “necesidades especiales”, y léase aquí “más o menos recursos públicos”.
No os podéis hacer una idea de lo amplio que puede ser el abanico de esas necesidades y, por ende, de esos alumnos con necesidades especiales. Podemos estar hablando desde un Pedagogo Terapeuta (PT) hasta un fisio. Desde un pupitre adaptado hasta un logopeda. No son caprichos. Son elementos fundamentales para poder partir de una base mínima en el aula. No se te ocurre, a un niño con miopía, quitarle las gafas y sentarlo al fondo de la clase.
Hay Administraciones, como la del País Vasco, que esto lo tienen más que superado. A los alumnos se les pone a su completa disposición lo que necesiten y más. Y, por supuesto, dentro de un centro ordinario, como a cualquier otro chaval. Hay otras, en cambio, que optan por lo fácil, por lo “barato”, segregando y agrupando como rebaños los alumnos con “más o menos”, las mismas necesidades. Y así nos va. Aulas específicas, centros especiales. Pueden sonar bien. Pensado en frío, y sin vivirlo, ¿dónde van a estar mejor? Les enseñamos un poquito de autonomía, les hacemos pasar el día con unas manualidades, y listo. Pues, no sé yo...
En cualquier caso, entiendo que la ultimísima palabra debería de quedar siempre para los padres, ante una variedad razonable de alternativas. Estoy criticando la imposición, no la opción.
Tampoco os podéis hacer otra idea, os lo aseguro, del desgaste que supone para los padres de esos niños, además de dejarse la piel por cada avance que puedan ver en sus hijos, tener que “darse de leches” con una Administración que juega sucio, con toda su fuerza y con el tiempo en contra de la parte más débil. Por lo general, los padres no aguantan el pulso, y tiran la toalla más pronto que tarde, y se intentan convencer de que la oferta que se les hace no está tan mal, y centrándose en buscar, dentro de lo malo, lo menos malo.
En mi cortísima experiencia con este mundo –los seis años que tiene mi segunda hija-, estoy conociendo historias que rozan la crueldad, donde las Administraciones tratan a los niños, literalmente, como números, sin importar las consecuencias irreparables que se le causen por el camino. No sé cómo explicarlo, pero duele, y muy mucho, conocer esas historias y escuchar que, de fondo, sólo hay razones de dinero. Un dinero que, por un lado te dicen que no hay y, por otro, con cada noticia de corrupción en los medios, ves que se alguien se lo está untando por el pecho, cuando no cosas peores. Es asqueroso. Pero no por ello dejamos de trabajar y empujar cada día por los avances que antes os decía.
Preferimos motivarnos en positivo, y centrarnos en las historias más agradables, donde ves algo parecido a la inclusión y donde, sin duda alguna, compruebas que todos salen ganando. Los unos, porque reciben una educación de calidad adaptada a su ritmo pero en equidad con el resto de niños y, los otros, porque están creciendo en unos valores que les quedarán para el resto de sus vidas. Las mayores alegrías que jamás he experimentado me las está dando un personaje que todavía no sabe ni hablar ni andar, pero que hace tiempo me dio en toda la boca de tal forma que nunca más se me ocurrirá decir que no puede conseguir cualquier cosa, porque me puedo comer mis palabras, y la manía de poner límites a los demás sólo por querer protegerlos de mi miedo a su fracaso.
Nosotros, de momento, siendo conscientes de las circunstancias, estamos más que contentos con el cómo lo estamos llevando y la respuesta de centro, padres y resto de alumnos. Para nosotros queda, el esfuerzo y el tiempo dedicados.
En serio, los niños que tienen la suerte de vivir la experiencia de la inclusión, se llevan dos nuevas asignaturas que valen millones: empatía y solidaridad. Y, los niños como mi hija, la posibilidad de intentarlo, que no es poco. Ahí lo dejo.
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