Summertine
Hubo un tiempo en el que el territorio de la picaresca era un imperio. Se robaba cereales, trigo y cebada y se obtenía harina. Las estaciones de tren eran uno de los lugares precisos para ejercer la picaresca. Los vagones llevaban y traían legumbres y explosivos; naranjas y arroz; piensos y forrajes; maquinaria y tocino; chatarra, abonos y aceites comestibles... Las estaciones reunían una galería de rostros que conformaban un escaparate de inmensa miseria. En algún momento se robaba una bicicleta o un fardo de ropa o un beso. El estraperlo y el fraude eran práctica común (y a veces necesaria). Los guardias actuaban con extrema dureza. Había aprovechados sin escrúpulos de los múltiples naufragios que se producían (y eran arrastrados a la estación). Las gentes se convertían en expertos en fugas o en burlar controles. También los había que vendían la misma cartilla de racionamiento una y dos veces. Hombres y mujeres despojados de expresión conformaban una imagen sólida, fría y geométrica (como los personajes de las pinturas de George Grosz). En los extremos de la estación se reunían miembros anónimos de comunidades de apátridas. El suelo, las paredes y los bancos para sentarse olían a soledad. Pícaros y desterrados participaban a partes iguales de las continuas emboscadas. Todo esto ocurría hasta que llegaba el verano. El verano rompía el tiempo lineal y lo transformaba en un tiempo a cámara lenta. El verano atenuaba el sabotaje de los principios morales. En verano los tribunales solían tener en cuenta las circunstancias atenuantes. Dicen que todo esto ocurrió en un tiempo pasado y lejano. Ay.
Nota: Ella Fitzgerald cantaba “Summertine”: Tiempo de verano y la vida es fácil... una de estas mañanas vas a levantarte cantando, entonces vas a extender las alas y tomarás el cielo...“
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