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¿De que se ríen? ¿De qué nos reímos?

Sebastián De la Obra

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Con un tiempo frío y en ambiente familiar un grupo de buenos amigos se gastan bromas. Cuentan y relatan chistes. Un buen número trataba de negros, moros, maricones, cojos, putas y cornudos. Las bromas comenzaron siendo de carácter político, después dejaros de serlo. Ninguno de ellos, en principio, respondía a esas categorías. Entre risas transcurría el tiempo…

La primera vez que una masa de gente se ríe tiene una escena muy peculiar: Homero en la Iliada sitúa a Odiseo arengando a las tropas griegas para continuar la guerra contra Troya; frente a él coloca a Tersites, un personaje deforme, jorobado y extremadamente feo. Tersites se dirige a los soldados dando argumentos contra una guerra que considera no les incumbe. Les pide que se retiren a sus casas, con sus familias y que dejen a los ambiciosos continuar esa guerra. Odiseo levanta su cetro y lo golpea. El lisiado Tersites cae ridículamente de espaldas al suelo. Toda la tropa se ríe a carcajadas. Homero y Odiseo usan la fuerza para humillar a la razón. La masa ríe.

El mismo Homero también se atrevió a mostrar como se ríen los dioses: la risa homérica o risa de los dioses. El dios del fuego y de la forja, Hefesto, es mostrado en la mitología como un torpe cojo. Los dioses “normales” establecían con él una falsa y superficial camaradería. Todos sabían que su madre lo había arrojado del Olimpo por su fealdad y cojera. En una fiesta (muy habitual entre los dioses) en la que Hefesto va sirviendo vino, es empujado y cae al suelo: los dioses ríen a carcajadas. Una risa inextinguible que le provocó el ridículo, el rechazo y el aislamiento. Curiosa actitud hacia el único dios que trabajaba (forjo las armas de Aquiles, el carro de Helios, la armadura de Atenea…). La historia restauró su dignidad convirtiéndolo en el patrón de los artesanos. La pintura de Velázquez lo embelleció. Joyce lo nombró como el herrero del alma. Durante mucho tiempo los poderosos y las masas tuvieron en los bufones el rostro del que reírse. Ayudaba mucho si, además, eran enanos. Victor Hugo los convierte en malvados y rencorosos en El rey se divierte. Rabelais los desnuda en su Pantagruel. Verdi en Rigoletto… La risa hace llevadera nuestra impotencia. Camina pareja a la envidia: llevamos siglos riéndonos del mal ajeno (y quejándonos y padeciendo por el éxito ajeno).

Aristóteles en su Poética nos salva de la humillación y el ridículo que provocaba la risa homérica. Establece que la risa es necesaria siempre que esté ausente el daño: solo se puede reír de lo risible, es decir de aquellos defectos o características cuya irrisión no causa daño ni ruina al individuo ridiculizado… El pensador judío Henry Bergson coincide con Aristóteles al expresar su rechazo a la risa como humillación de la diferencia y alaba la risa como ejercicio de castigo de formas sociales que alejan la vitalidad de los cuerpos y las sociedades humanas.

En el otro extremo (¡cómo no!) se situó la Iglesia (cuando sus dirigentes no celebraban bacanales). Los benedictinos llegaron a suprimir la risa de sus Reglas.

Riámonos de nosotros mismos sin necesidad de proyectar sobre los demás. Tenemos suficiente materia prima para varios siglos mas.

Nota: el humorista de culto Andreu Buenafuente se burló en la televisión de un ERE aplicado en la empresa Nissan y pidió explicaciones. Tiempo después su propia empresa, la productora El Terrat, aplicaba un ERE sobre sus trabajadores. Un seguidor de su programa le solicita una explicación. Buenafuente ya no se ríe, le contesta: “tú eres un cretino”.

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