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Quered lo que os basta, que lo que os sobra empacha

Sebastián De la Obra

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(Elogio de la fiesta y de mi abuelo)

Los clásicos de Occidente venían a decir que una vida sin fiestas, es como un largo camino sin posadas. Así es y así lo pensaba mi abuelo. Necesitamos las fiestas. Necesitamos las fiestas que nos permiten reconocernos. A pesar de la apropiación que el consumismo y sus sagrados templos han realizado sobre nuestras fiestas. Todas se parecen pues la buena fama suena, y la mala truena… Sin embargo, la fama que no tiene ni carro ni yegua, a todas partes llega. Recuerdo las palabras de mi abuelo para definir una celebración: lo que sobra y lo que resta es lo que hace la fiesta. La fiesta se identifica con el sentimiento de la alegría. Una alegría que engrandece lo que se tiene y remedia, en parte, aquello que nos falta. Me decía: más vale un día alegre con medio pan, que cien tristes con faisán (García Lorca lo definió como medio pan y un libro). Ya sé que… son más los días que las alegrías pero recuerden que una hora de alegría compensa diez malos días.

Mi abuelo, aficionado como yo al vino, me dio varios avisos, que no agüeros ni consejas, respecto a la calidad y tino en el beber vino: vino de viñas viejas, qué bien te tomo, qué mal me dejas. De él aprendí una cierta tolerancia para con quien un poco se pasa: un diablo solo, no hace infierno. Los diablos del vino y de la juerga (sin daño ajeno) gustan cuando jóvenes de los pámpanos y cuando viejos de las cubas. Me insistía que en las fiestas hay que tomar precauciones y hacer entrar en razones a los que no dosifican el arte de los efluvios; ni conocen tasa ni mesura; ni son más que tragadores: tragar vino lo saben todos, beberlo, solo unos pocos. No se debe –decía- confundir el vino y la bebida con el caudal de la fuente o el caño de agua corriente, pues sea el agua a chorros, y el vino a sorbos. Aún en caso de duda, también, las aguas influyen, dado que quién no lo sabe mear, no lo debe ni probar. Ya con aguas menores, insistía, hay que ser limpio y prudente, que quién contra el aire quiere mear, por fuerza se ha de mojar.

En las fiestas el apetito y el buen comer es sinónimo que bien se lee. Comer mal es primo de ayunar. Repetía: tenéis que matar el hambre y no que la hartura os mate, por atracón o por prisa. Ni os reviente la sangre ni os rompa la camisa… No debemos hacer caso de quienes proclaman que mientras menos quedemos a más cabremos. Él respondía: con comida para tres, cuatro comen bien. Insistía en que más vale ganas de comer, que tener y no poder. Ahora le debería responder que tener ganas, bien las tengo; pero con ganas solas no me mantengo.

En las fiestas cuidado hay que tener con cierta osadía y atrevimiento. No confundir la osadía con la valentía: quién el incendio busca, o se quema o se chamusca. Me repetía que no da paso seguro quién siempre corre por el muro. No le gustaban las burlas que se trastocaban en afrentas. Ni la infamia camuflada en risas. Recordaba que quién se burla del prudente, de la mujer o del indigente, algún día lo sienteincluso si se arrepiente. Las bromas, si son pesadas, sólo al que las da le agradan. En las fiestas (y en la vida) hay que cuidar a los amigos (me decía): No hay ni puede haber quién de otro no haya menester. También me aclaraba que preferible es uno que te ayude que ciento que te saluden. Este forastero y huésped (en estas pasadas fiestas) se despide. Que los forasteros y huéspedes dos alegrías dan, cuando llegan y cuando se van.

Nota: mi abuelo ya no está, ¡ya lo sé! Sus palabras todavía me sorprenden: quered en fin lo que os basta, que lo que os sobra empacha.

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