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Metz. Cuando Francia se hace alemana

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Fidel Del Campo

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Metz ofrece esa siempre atractiva ambigüedad de un sitio fronterizo. A mitad de camino entre Alemania y Francia, esta ciudad verde y abordable respira al fin tranquila tras ser disputada entre ambos países una y otra vez. Su cara germana, fue territorio alemán dos veces en poco más de un siglo, sigue presente por entre una equilibrada y racional arquitectura dorada, gracias a la piedra amarillenta que ha servido de base para construir sus casas, iglesias y palacios. Metz está en reinvención. Ya no es ni industrial ni minera, y trata ahora de explotar su historia, su patrimonio (que no es poco) y su modo de vida, todo ello con un añadido: la cultura. Os resumo algunas pistas:

-Medievo y gótico. El corazón de Metz sigue siendo medieval aún cuando el diseño de sus casas es puramente francés del XVIII. La Catedral de Saint-Étienne es su centro. La llaman la “linterna de Francia” y no es por casualidad. Su grandiosa estructura supera los 40 metros con una asombrosa ligereza gracias a decenas de metros cuadrados de eternas y mágicas vidrieras. Dentro, un ramillete gigante de luces de colores dan el adecuado ambiente a un lugar místico, ejemplo total de lo que significa el gótico, como diseño y concepto. Justo delante verás el mercado cubierto, con una deliciosa mezcla de puestos de carne, panes, dulces y quesos. En su exterior hay un mercadillo los sábados por la mañana con lo último en verduras, frutas y todo tipo de cachibaches. Absolutamente recomendable.

-El Mosela. Es el río que baña Metz. Este afluente del Rhin se desparrama en meandros e islas a su paso la ciudad. Las cuidadas riberas, parques y puentes ajardinados lo convierten en su principal espacio verde y público. Merece andurrear por sus orillas. Verás joyas como la Catedral Protestante, hecha para el Kaiser Guillermo durante la primera anexión alemana. Puro neorománico prusiano del XIX. Subsisten casas tradicionales, con su entramado de vigas de madera, callejas donde vivían pescadores y mercaderes, pasarelas y esclusas... El remate es el gran parque donde se asienta el campus universitario y el Plain d'eau: el gran estanque conectado con la red de canales europea, que dispone incluso de un precioso puerto deportivo.

-El barrio alemán. También llamado imperial. Es lo que queda de la anexión prusiana, que va de 1871 a 1919. Este distrito se construyó entonces como una ciudad burguesa coronada por una brutal estación de tren. Sus edificios están hechos en granito y piedra rosada para dar cuenta de que nada tiene que ver este sector con el barrio francés medieval. Grandes bloques de apartamentos señoriales y edificios públicos de exagerado tamaño se suceden por entre anchas y lustrosas avenidas. Curiosamente, el barrio no choca con el resto de la ciudad, se adapta, como para dar cuenta de que la otra cara de Metz, la alemana, existe y se hace notar.

-El Centro Pompidou. Justo detrás del barrio imperial y donde se alzaba el anfiteatro romano (Metz era ciudad importante en la Galia) se acaba de concluir la primera sucursal del Museo parisino. Si Málaga consolida su proyecto y logra tener la segunda sucursal puede y debe mirarse en este edificio curvo, blanco y equilibrado, a pesar de sus medidas. Alberga exposiciones permanentes y temporales y una programación siempre recomendable. Sus grandes ventanales se asoman a la ciudad antigua por entre las vías del ferrocarril.

-Comer y beber. Esto es Francia pero con toques centro europeos y eso se nota en el comer y en el beber. Grandes quesos, tradicionales platos como la Quiche Lorraine, o el alsaciano Choucroutte y magníficos vinos, coronan un infinito listado de exquisiteces. Hay un buen conjunto de locales para todos los gustos y carteras pero merece la pena ir de tiendas y comprar un buen surtido de productos a precios a veces por debajo de lo que esperamos.

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