Escondites venecianos
Más allá de San Marco, de las atestadas calles adyacentes al puente de Rialto, hay una Venecia aún ignota, ensimismada en su decadencia dulce y esplendorosa.
La Venecia fuera de las rutas de los cruceristas y el turismo rápido existe, aunque escondida. Propongo algunos de sus rincones, solo tres porque prefiero guardarme de momento alguno más. Ruego sean tratados con respeto, silencio y sobre todo, con sensibilidad.
-Torcello, Bizancio entre marismas. Es la última parada del vaporeto que lleva a las masas turísticas de Venecia a la isla de las casas de colores, Burano. Nadie repara en ella. Nadie tiene tiempo para estar una hora en un barco que atraviesa la Laguna de oeste a este. La isla de Torcello fue sitio de una ciudad, luego abandonada, de épocas en las que Bizancio trataba de rehacer el imperio Romano. Ahora es un bajo islote salobre y llano, cuajado de esteros y canales, donde la mayor población es de patos y aves silvestres.
Allí, en medio de la nada, salvo alguna ostería aislada, está la Catedral de la Asunción. Ahora solo la rodean marismas y silencio. Lleva ahí desde el siglo VII, portentosa, con un campanille que domina todo el este de la Laguna. Dentro espera un descomunal mosaico del siglo XII dedicado al Juicio Final con todo el sabor oriental que por cierto a un cordobés le recordará al mihrab (por ser de parecida época y tendencia artística bizantina) de eso que ahora llaman “sólo Catedral”. Otra sorpresa, al lado está la iglesia de planta griega de Santa Fosca, única.
-Giudecca, la isla puerto. Giudecca arropa desde lejos el conglomerado de islas del centro de Venecia. Pero no está cerca, no cuenta con puentes que la conecten con ninguna otra isla de la ciudad. Tiene a un costado la inmensidad de la Laguna más próxima al Adriático y por otro el Canal Grande por donde pasan los buques de mayor calado de la Laguna. Su espíritu es salino, azul y marinero. No tiene grandes monumentos ni palacios. Es un barrio alargado y estrecho, donde el ladrillo y la humedad lo ocupan todo. Por entre manzanas, callejas transversales la cruzan hacia almacenes industriales de inicios del XX, tinglados portuarios y pequeños astilleros. Por entre esas naves hay sorprendentes osterías donde comer buenos risottos con marisco viendo el mar. El aire allí en invierno es cortante y fresco. Giudecca dicen que albergó la primera judería veneciana. Véase con calma y paciencia, le corresponderá.
-La Tana. Sorprende este barrio, situado junto a Castello, en el Arsenal, el distrito antaño militar de la ciudad desde la época de la República. La Tana es de los pocos barrios si no el único de Venecia donde no ha llegado el turismo. No hay hoteles ni restaurantes de pizza precongelada. Se suceden las casas populares, la ropa tendida en metros de guita de edificio a edificio. Las barberías de viejo con los locales del refundido Partido Comunista junto a alguna vitrina de santo o de Virgen. Hay niños jugando a la pelota, señoras que arrastran sus carritos de la compra y el run run de la vida común, ajena al ajetreo que al final no lleva a ninguna parte. A veces, parece un cachito de Nápoles en la casi austriaca Italia del norte.
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