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Colmar, entre viñedos y el Rhin

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Fidel Del Campo

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Cuesta trabajo pensar que Alsacia, una tierra fértil, verde y mimada haya sido escenario de guerras, conquistas e invasiones de forma casi constante durante siglos. Y cuesta porque es difícil encontrar un país más apacible, casi como si de un gran jardín se tratase. En su extremo sur, en la Alta Alsacia, encajonada entre el Rhin y Alemania por un lado y las montañas de los Vosgos por otro, está Colmar, ciudad de bodegas, canales y que bien merece parada y fonda. Una ciudad, ahora francesa, otras veces alemana y eso sí, profundamente europea.

Casco histórico peatonal. El centro de la ciudad conserva tanto sus raíces que puede parecer casi un montaje de cartón piedra. Pero no lo es. La prueba: ver cómo sus vecinos siguen viviendo allí, cómo los viejos se sientan en las puertas o cómo las señoras arrastran sus carritos de la compra cada mañana. Viven ajenos al ajetreo turístico que invade las calles peatonales al mediodía. Lo suyo es arrancar la visita en la Colegiata de San Martín, su templo principal. Una muestra de gótico alemán con renovaciones posteriores y referente para no perderse gracias a la aguja que corona su estructura. Desde ahí se desparrama un rosario de calles concéntricas cortadas por vías perpendiculares cargadas todas de edificaciones tracionales. Casas/establo donde se ha conservado la madera y la teja y en las que, quizás para burlar los oscuros inviernos, abundan las fachadas de vistosos rojos, azules pastel o amarillos. Casas que parece haber salido de un cuento de hadas y brujas.

Museo Unter den Linden. Está en proceso de renovación y tiene sus colecciones repartidas en el cercano Convento de Dominicos pero es visita obligada. Guarda una impresionante colección pictórica y escultórica de lo mejor del expresionismo gótico alemán, con joyas universales como el Retablo de Issenheim, de Grünewald. Solo su visita es motivo suficiente para parar en Colmar.

La pequeña Venecia. Al margen de los evidentes guiños al turismo masivo, este sector de la ciudad sigue siendo encantador. Se trata de un trozo de ciudad surcado por canales, antes usados para transportar mercancías. Era barrio popular, de mercaderes, pescadores y artesanos. Hoy es una zona deliciosa, de pequeños puentes, terrazas, paseos en barca y magníficas casonas de evidentes raíces germanas. Es indispensable iniciar la visita en el mercado, aún en uso y en la cercana Aduana, donde con buen tiempo suele haber exhibiones vinícolas.

El vino. Colmar es capital de una potente región vinícola de más de una cincuentena de preciosos pueblecitos que se extienden por el lado alemán a lo largo de toda la ribera del Rhin. Un valle verde, salpicado por las estribaciones de los Vosgos de un clima seco y templado y con inviernos suaves. Un microclima perfecto para unos vinos blancos secos, dulces y espumosos, exportados a todo el mundo, algunos de ellos con nombres tan impronunciables como el gewürztraminer. Las variedades más conocidas: Riesling, Pinot Noir y Pinot Blanc... pero hay mucho más... No olvides pasar por alguna bodega. Las hay dentro de la ciudad. Incluso alguna ofrece habitaciones y resultan un simpático lugar para hospedarse.

¿Cuándo voy?

. A pesar de su evidente sobre explotación turística Colmar sigue guardando rincones tranquilos, mucho más abundante si evitamos el temido agosto. Pero cierto es que sus veranos son suaves y deliciosos para aprovechar los largos días.  Es cuestión de elegir...

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