Llevo treinta y ocho años trabajando en una profesión que cada día me hace sentir que los sinsabores merecen la pena. Esa soledad del abogado que solo otro abogado puede entender es parte de sentirme viva. Y saber que tengo mucho por descubrir. Porque si crees que ya lo has hecho todo, llega la muerte. Si no la física, la mental.
En mi día a día nunca sabes quién entrará por la puerta, ni a qué te vas a enfrentar… Y cuando crees saberlo, descubres que estabas equivocada. Como la película Las dos caras de la verdad, esa que me ha marcado, pues la realidad supera demasiadas veces cualquier ficción. A veces se me pone cara de Richard Gere y entonces voy a casa, pongo el CD de Dulce Pontes que suena de fondo en esa película y respiro hondo. Prueben a sentirlo.
María empezó a trabajar al mismo tiempo que yo. Cuando empecé a ejercer la abogacía, rodeada solo de hombres, solo había otra mujer en aquel universo masculino. María llegaba al despacho cada mañana y nos limpiaba los ceniceros llenos de colillas, las papeleras repletas de folios emborronados y los papeles de calco negro que usábamos para duplicar las demandas que salían del golpeteo de aquellas máquinas de escribir.
María tenía exactamente la misma edad que yo, pero un destino diferente. Creo que el esfuerzo es importante en la vida y que las oportunidades deben siempre aprovecharse; que las señales del destino deben ser escuchadas y que ser constante en la vida es lo que puede diferenciar a dos personas que parten de iguales condiciones. Repito, si parten del mismo punto de salida. Ni Usain Bolt ganaría la carrera si sale media hora más tarde.
Pasaron los años y las vicisitudes de la vida. María y yo fuimos cada una a lo nuestro, dándonos los buenos días y siendo testigos de la vida de la otra. Ya no hay colillas que recoger, pero sigue habiendo papeleras que vaciar con los restos de las historias que dicto. Las dos hemos seguido caminos paralelos en espacio y tiempo, siempre adelante, pero con destinos diferentes.
Hemos encarado este Primero de Mayo con el lema de “por el pleno empleo: reducir jornada, mejorar salarios”. Amén. Firmo ahora mismo que “hay que trabajar menos para vivir mejor”, como Díaz clamó. Si lo quiero para mí, no puedo no quererlo para María. Pero, añado, también hay que dignificar esos trabajos que hoy por hoy nadie quiere porque, además, muchas veces es mejor cobrar una ayuda.
Hay que mejorar otras muchas condiciones laborales que no son solo cuestión de tiempo, ni de salario, ante un problema que no sé si saben que tenemos: la falta de trabajadores para según qué tipo de empleos.
María tiene las manos mucho más gastadas que yo de tanta lejía. Tiene asma y mucha tos de tanto ácido clorhídrico (con etiqueta bonita de “Salfuman”) como ha vertido en tantos váteres distintos al suyo. No, no todos los trabajos son iguales, ni todos dignifican lo mismo, pero son tan necesarios que sin las Marías de mi vida yo no estaría aquí. Ni estaremos, si no miramos todos más allá y nos empleamos de verdad.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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