Los grandes placeres de la vida son de agosto. Al menos para la mayoría de los mortales que solo tienen vacaciones en el mes del año en que todo es estridente. El calor, las colas para comprar, para viajar, o para coger mesa en el chiringuito. No te libras ni siquiera en el sitio más chic. Que se lo pregunten a los de Menorca.
Pero hablábamos de los placeres de Agosto. Pasear por las mañanas, desayunar churros sin urgencia, dormir a pierna suelta sin la angustia del trabajo, disfrutar de largas sobremesas, ver la TV sin verla, o leer la prensa renglón a renglón, sin rápidas lecturas transversales. Y luego está el placer indiscutible: disfrutar de la familia.
¡Ay, esa familia ¡ Si, esa que durante el año anda cada cual a lo suyo y que, de pronto, aterriza en un apartamento de playa o montaña y lo hace sin saber que se han convertido en auténticos desconocidos. Incluso puede que hasta en potenciales enemigos. Obligados a entenderse de la mañana a la noche.
Ocurre en una playa cualquiera, en medio de un mar de sombrillas …
- Niño ! báñate ya ¡
- … ( el joven al que la madre se dirige no contesta, ni levanta la mirada del móvil )
- Pero niño !que hemos venido a bañarnos¡ ! Y está el agua buenísima ¡
- … ( el chico sigue sin quitar la mirada de la pantalla, recostado a la sombra en la tumbona. En la misma sombrilla el padre y la madre comparten la otra tumbona, al sol )
- ( interviene el padre ) ¿ no le vas a contestar a tu madre cuando te habla ?
- …
- ( sigue ella ) Yo no sé que hemos hecho mal. Te lo digo de verdad.
En ese momento pasa un joven subsahariano, más o menos de la edad del hijo “mudo” de nuestra familia. Pese al calor, va vestido y se protege la cabeza con una gorra. Lleva cargada en su espalda una enorme mochila repleta de camisetas serigrafiadas con los nombres de los grandes ídolos del deporte. Bueno, si es que el fútbol sigue siendo un deporte. Y, además, carga en ambos brazos decenas de camisetas a modo de reclamo.
- Oye, ¿ tienes la de Cucurella? ( le pregunta el padre)
El chico se vuelve, retrocede aliviado y aprovecha para soltar a los pies de la tumbona del hijo las decenas de camisetas, mientras respira hondo al desprenderse del enorme peso que lleva encima.
- Quiero la de Kroos y también la del cristo de Brasil ( dice, por fin, el chico de la tumbona)
- ¿ y no quieres también una del Real Madrid ? ( le anima la madre, muy contenta al escuchar la voz del hijo)
- No, no la quiero.
El joven se prueba las dos camisetas, las mete en una bolsa con gesto seguro, sin preguntar ni lo que valen. La madre saca el monedero, regatea durante un rato el precio de ambas con el joven vendedor y, finalmente, se las paga. El subsahariano retoma los fardos de falsas ilusiones para conseguir la suya, los carga y emprende de nuevo el camino, solo, a solas, sin familia.
El padre dice que se marcha al apartamento a ver las olimpiadas. La madre guarda el monedero y se pone a ordenar el bolso de playa con la mirada perdida. El hijo coge de una neverita una cerveza, la abre, le da un trago largo y hunde de nuevo la mirada en la pantalla de su móvil de última generación.
Veranear en familia está sobrevalorado. Bórrenlo de los placeres de agosto. En septiembre se disparan las rupturas familiares. Hasta el cuento de hadas de Morata se puede volver ceniza. Tomen nota.
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