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Responsabilidades

Carlos Puentes

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Lo cierto es que no soy muy dado a empatizar con el sufrimiento de las tragedias humanas, huyo del sensacionalismo y el morbo de la lágrima televisiva, es más, me repugna la insensibilidad de quien hace profesión del dolor ajeno, en la mayoría de las veces anónimo y olvidado en cuanto el objetivo deja de enfocar. Sí siento y padezco la gran tragedia humana, la del criminal y nauseabundo reparto de la gran riqueza mundial, pero ese es otro tema sobre el que quizás algún día me atreva a reflexionar por el puro placer de vomitar bilis.

Pero hay ocasiones en las que se hace necesario analizar con tristeza el dolor de quien lo ha perdido todo. El 28 de septiembre de 2012, el sureste peninsular sufrió el segundo episodio de lluvias intensas más mortífero en 12 años, hasta el momento, 10 víctimas mortales, 3 desaparecidos y cuantiosos daños materiales que se distribuyen por todo el litoral mediterráneo entre Málaga y Murcia. Al margen de lo absolutamente excepcional del episodio, que intentaré analizar en las próximas semanas, la realidad nos demuestra que los pronósticos meteorológicos son cosa mucho más seria y necesaria de lo que parece.

La pregunta es obvia, ¿se pudo haber evitado? La verdad es que no lo sé, ni creo que nadie lo sepa, seguramente no, la fuerza de la naturaleza es la que es, mucho más agresiva y poderosa de lo que nuestra memoria colectiva recuerda, y difícilmente se puede luchar contra los 200 litros por metro cuadrado que llegaron a recogerse en numerosos puntos del arco mediterráneo. He leído muchas quejas contra el protocolo de avisos que sigue la Agencia Estatal de Meteorología, lo cierto es que en bastantes puntos no lanzaron los avisos adecuados hasta que fue demasiado tarde, o como en el caso de la Región de Murcia donde en ningún momento llegó a decretarse el nivel rojo de prevención, aun cuando los modelos numéricos, a pesar del relativamente amplio nivel de incertidumbre a la hora de localizar las zonas más afectadas, advertían de lo puntualmente desastroso de la situación que podía darse y que finalmente se dio en dicha región.

¿Es responsabilidad exclusiva de la AEMET? Ni mucho menos, aunque bien es cierto que ni en una situación como la del pasado viernes, ni en ningún otro momento del resto del año, ningún punto de la geografía española debió haberse quedado ciego en la visualización de los mapas de precipitación en tiempo real que facilitan los radares meteorológicos. El de Almería murió en los momentos de precipitación más intensa, y el de Murcia simplemente no funcionó durante todo el episodio. La mejor y casi única herramienta con que se cuenta para la evolución de fenómenos meteorológicos adversos, simplemente no estaba operativa. Así, como ustedes comprenderán, se hace más que complicado ofrecer un adecuado servicio de respuesta inmediata, lo que dentro del programa anual de la AEMET se conoce como Plan Nacional de Meteorología  Adversa “Meteoalerta”.

¿Es todo esto casual? Desde luego no soy el más indicado para hablar del tema, pero creo intuir que difícilmente se puede mejorar el servicio de una institución tan importante en el control de riesgos mientras tiene que hacer frente en el presente ejercicio presupuestario a un recorte cercano al 30% con respecto al de 2011, y que ya anuncia una nueva rebaja del  5’31% para el ejercicio 2013. 40 millones de euros menos que hace dos años, donde destaca la desaparición de 3 millones para el capítulo de inversiones reales, y la reducción de en torno al 15% de las partidas de mantenimiento de infraestructuras (¿radares?). Tengan muy presente este desgraciado episodio los diputados que piensen aprobar esta nueva rebaja.

Pero decía que no es la AEMET la única responsable, ni mucho menos. Creo y defiendo la valiosísima labor que desempeña todo el cuerpo de meteorólogos de la Agencia, y valoro muy positivamente el principio de prudencia bajo el cual parecen siempre trabajar. Si de mí dependiese señalar un culpable, sin duda lo haría sobre quien ha ostentado y ostenta las competencias en disciplina urbanística y ordenación del territorio que ha permitido, y sigue permitiendo, con la grácil manga ancha que se deriva de esa cosa del crecimiento a toda costa, las barbaridades que todos conocemos tanto en el litoral como en el interior peninsular.

Ocupación irregular, ilegal, de las cuencas de drenaje de ríos cuyo régimen natural implica la evacuación puntual y momentánea de caudales de agua torrenciales, reconversión ladrillesca de suelos cuya función natural era la de servir como muro de contención a dicho régimen hídrico, suelos agrícolas de origen forestal extenuados por la producción intensiva y cuyos sedimentos colmatan regularmente los desagües naturales de nuestra geografía, y fundamentalmente quien promovió, permitió y fue cómplice con su silencio de todo lo anterior, ahí y sólo ahí radica la responsabilidad primera de lo que ocurrió, y volverá a ocurrir.

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