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Carlos Puentes

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Resulta tremendamente tentador, como ustedes comprenderán, y máxime atendiendo a mi inmoderada e ideologizada verborrea, repasarme por el forro de los cojones las anodinas tendencias meteorológicas que estos días cabrían esperarse, y centrarme exclusivamente en el esperpéntico espectáculo que la alta política española está ofreciendo con repetitiva frecuencia. No lo haré. No lo haré en cuanto entiendo que estarán ya más que cansados de los sesudos análisis periodísticos que lejos de llamar a la revolución guillotinesca contra los cabecillas de la Cosa Nostra española, se centran en posicionarse, sutil o descaradamente, a un lado u otro de la histórica contienda que se libra en el interior de la derecha nacional, y por extensión, de todo el arco parlamentario, que tiene intrincado en su ADN la herencia putrefacta de un sistema socio-político que las más de las veces amparó la corruptela como bien mayor de la cultura del pelotazo de las viejas y buenas costumbres. De “La escopeta nacional” de Berlanga al “nadie podrá demostrar que Bárcenas y Galeote no son inocentes” del presunto Presidente del Gobierno. Pero ya he dicho que no lo haré.

Me callaré la boca y miraré para otro lado mientras quien me gobierna me insulta. Insulta a mi inteligencia, se limpia la cagada con el papel de los 11 millones de votos, y abiertamente se descojona del sentido común de los 46 millones de gobernados, que graciosamente tienen que dar por bueno que el máximo responsable del devenir común, no deba dar explicaciones ante el mayor escándalo de corrupción política aireada de los débiles 35 años de amparo constitucional. Me callaré.

Uno cabría plantearse dos posibles y deseables escenarios ante tamaña agonía del sistema político español, derivado casi inevitablemente hacia un nuevo Tangentopoli europeo, como le gusta decir a Alfonso Alba. Por un lado, el de revolución de cariz anarquista que siembre la Piel de Toro de auténtica y autogestionada soberanía popular. Por otro, el de la dimisión voluntaria, sensata, civilizada, propia de culturas racionales, de la cúpula de la organización política que mantiene secuestrada la voz del Parlamento. Pero lo más probable es que la tendencia a seguir sea la ya conocida, hacer mutis y a seguir como si aquí no hubiese pasado nada, que la fuerza de la normalidad, revestida de liga de fútbol, hará olvidar que algún día ocurrió algo.

Sirva esto como entradilla del mapa meteorológico, por otro lado tan interesante, al que parece que nos vamos a enfrentar. Digo esto porque la aparente normalidad con la que están transcurriendo estos días de julio, de temperaturas razonablemente mediadas, podría acabar rompiéndose con una situación derivada en dos resultados de opuesto escenario. Les explico.

La presencia estos días de una profunda borrasca atlántica, al sur de Groenlandia, está perjudicando relativamente al funcionamiento normal del Anticiclón de las Azores, absoluto protagonista del verano ibérico. Esta anomalía se basa en la entrada de vientos de componente oeste, de procedencia oceánica, muy húmedos, hasta la Península Ibérica, como consecuencia de cierto estrechamiento y debilitamiento de la tradicional dorsal anticiclónica. Estos vientos húmedos han sido los responsables estos días pasados de la presencia de importantes brumas matinales en buena parte de la mitad sur peninsular, que sirven además de alimento a las virulentas tormentas que vienen padeciéndose en la mitad norte.

Pues bien, el desplazamiento del centro de la depresión atlántica hasta nuestros dominios, podría deparar en un cambio de escenario que acabaría, de golpe y porrazo, en unos cinco días, con la anodina normalidad veraniega. Como ya les he dicho, dos posibilidades bien distintas. La uno, que la masa de aire llegase hasta la vertical ibérica, lo que podría traer un descenso brusco de las temperaturas y la posibilidad de volver a oler a tierra mojada rozando ya el mes de agosto. La dos, que el centro de la borrasca quiera quedarse a las puertas peninsulares, enviándonos el centro del azoreño al norte de las Islas Británicas, haciendo que gracias al predominio de los vientos del suroeste que acompañarían a la depresión, la temida cresta sahariana se centrase sobre nuestras requemadas cabezas proporcionándonos de nuevo escenas dignas del paseo por el Hades que se diese Ulises.

¿Y qué opción va ganando hasta ahora? Sí amigos, lo han adivinado. Al igual que lo normal y esperable del asunto Bárcenas es que aquí todo siga igual, lo normal y esperable de la semana estadísticamente más calurosa del año es que efectivamente, nos asemos de calor y añoremos más que nunca haber nacido allí donde la liberté, egalité et fraternité. Pero no se angustien, que si bien la fuerza de la razón nos dicta que todo será como cabe de esperar, la ciencia probabilística aún alberga espacio para su contrario, que el Monstruo de Espagueti Volador nos proteja.

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