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El Nórdico

Carlos Puentes

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Quién haya recorrido cualquier punto del invierno boreal allende los Pirineos, sabrá que mediando noviembre, y hasta bien entrado febrero, se adueña del ambiente de las cosas cierta atmósfera mortecina que pareciera anticipar al juicio final. En contraste con la vivaz y saludable luz con que un Sol a 30º de altitud sobre el horizonte es capaz de regar a esta parte del mundo, por allí, en el horizonte más allá de Cerro Muriano, la gente malvive esta época del año con un Sol incapaz de superar los 15º de altitud mediando el día.

El día de ayer, lejos del sumidero de ilusión por vivir que supone el norte europeo en invierno, vino a parecerse tímidamente a la experiencia nórdica. El velo de nubes altas que nos acompañase a lo largo de toda la jornada, impidió un adecuado y normal calentamiento de la atmósfera más superficial, haciendo las veces de agente de retención de la fría noche anterior, y dejando las máximas sensiblemente por debajo de lo previsto. Hablando en plata, el de ayer fue un día frío de cojones para las recias y sudorosas costumbres de la tierra.

De entre los habituales rituales de entrada en calor con que contamos por aquí, lejos de los tiempos en que se usaban los braseros para cama, y combatiendo con el sano ejercicio del rozamiento corporal, se ha impuesto con fuerza un invento que debería pasar a los libros de historia por su extrema eficiencia. El nórdico, además de ser un señor rubio con ratios intelectuales muy por encima de nuestra media, adquiere la función de regulador térmico en las frías noches del invierno. Cada pueblo de cada país que ve helar de noche, debiera erigir un monumento al inventor de la cosa que rinda el merecido homenaje que el maromo (o maroma) se ganó el día que decidió despeluchar un ganso y meter las sobras en una tela ligera.

Hará bien quien saque el nórdico para vestir la cama y calentar las noches, porque si del frío venimos, hacia el frío parece que vamos. Lo inmediato pasa por cierta recuperación transitoria de las temperaturas, pero que tiene fecha de caducidad de cara al próximo fin de semana, cuando la escisión de una vaguada atlántica con tintes polares se cuele hasta el Golfo de Cádiz. La traducción del fenómeno, como ya les irán anticipando en el telediario, viene a ser un empeoramiento del tiempo a partir del sábado, con especial incidencia en el suroeste peninsular, y los primeros avisos por nieve en zonas medias de la Península.

La invasión nórdica del próximo fin de semana está aún lejos de las que dejan nieve en abundancia por el sur peninsular, pero sí que puede servir de entretenido anticipo de un invierno que ya anda esperando con un polvorón en la mano derecha y una copa de anís en la izquierda. Aunque no vaya a dar para subirse al Asuán a hacer muñecotes de nieve, para los que tenemos cierta afición a perder el tiempo mirando al cielo, nos servirá de ensoñación con lo que aún tiene que llegar en la temporada de nieves del próximo enero. Mientras tanto, arrebújense bien bajo el edredón, que el domingo sí dará para eso.

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