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El chiste

Carlos Puentes

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No es que tenga un gran sentido patrio, pero si de algo puedo sentirme relativamente orgulloso es pensar que mi país es un completo chiste. Un chiste lleno de gente chistosa, de la que se ríe y de la que uno se ríe. El otro día decía por ahí que resultaría curioso que la ansiada revolución con que los rojos venimos soñando, la de fuego y sangre, comenzase por la oposición vecinal a eliminar unas cuantas plazas donde dejar cagando el coche. Los más soñadores pensaban que la insurrección popular sería por un golpe mal dado en alguna de las muchas manifestaciones que diariamente recorren la geografía española, o una inmolación de alguno de los miles de desesperados que malviven entre nosotros. Pero no, lo de Gamonal ha demostrado que la gota que podía colmar el vaso pudiera venir por no tener donde dejar el coche. No obstante, a nadie debería de sorprender. A lo largo de mi aún escueta vida, los mayores cabreos a los que he tenido el placer de asistir, a parte de los del fútbol, han sido siempre por el aparcamiento.

Aún recuerdo cómo, en el barrio donde me crié hasta hace dos días, se montó un pollo de la hostia a cuenta de una residencia de pisos de alquiler a bajo precio para jóvenes, que el Ayuntamiento, en tiempos de Doñarrosajoaquina, quería construir en una de las parcelas del antiguo cuartel de Lepanto, para suplir la aún hoy dramática carencia de este tipo de viviendas en la ciudad. Recuerdo perfectamente la oposición de vecinos y comerciantes al asunto, bajo la legítima demanda de que lo que la cojonada vecinal y comercial realmente quería, era un peaso aparcamiento como la copa de un pino. La residencia naufragó como el Titanic, y en su lugar el Ayuntamiento cedió el solar para la gestión del aparcamiento por parte de la Asociación de Comerciantes de la Viñuela, junto con otra concesión a un aparcamiento rotatorio que se construyó en los aledaños del Cementerio de San Rafael para cubrir las sienes y sienes de compras en coche que según los comerciantes hacían falta. Ambos, hoy día, son dignos representantes de la necedad de las demandas vecinales de por aquel entonces, rozando cotas de ocupación por completo hilarantes por lo escaso.

Esto, desde el punto de vista de la rojez, la progresía y el sentido común más elemental, es un absoluto disparate que tendría que servir de cruzada particular en pos de ese mundo racional que se supone que todos ansiamos. Pero no. Resulta curioso, o chistoso, comprobar cómo los más furibundos amantes de la racionalidad, hacemos malabares para justificar el comienzo revolucionario por algo tan demente como mantener filas de aparcamientos y una doble vía por sentido.

Yo, por mantener cierto equilibrio intelectual, me gusta pensar que lo de Gamonal pueda ser el primer ejemplo, digno ejemplo, de la guerra entre el sufrido vecino y lo que algunos conocemos como Arquitectura Satánica. Como es largo de exponer el asunto, les recomiendo una serie de cuatro artículos donde se explica esta bonita corriente arquitectónica que tiene a Le Corbusier, el brutalismo y el pelotasismo español como referentes icónicos de nuestras vidas, que han logrado, a través de su mirada gafapastosa, y su propio legado mesiánico en todas las facultades de arquitectura del país, repito, han logrado que nuestra vida sea un completo infierno. Materiales del todo inadecuados para el clima de la zona, como el mármol de los bancos de la Corredera, el churretoso acero corten que pringa de mugre cada dos por tres los ventanales de la cosa esa que hay al final de Conde Vallellano, la hiper-abundancia de esculturas de corte radial, es decir, hechos con la finura que sólo una radial industrial puede dar, y que pueblan las rotondas y plazas de la ciudad, son algunos ejemplos de los que seguro, el noble y muy fachoso pueblo burgalés, haya acabado aborreciendo y mandando muy numantinamente a la mierda.

Visto así, no sé ustedes, pero dan ganas de unirse a la fiesta y ponerse a montar barricadas. Pero puede ser, puede, que todo lo dicho hasta ahora no sea más que un chiste, de los que caracterizan a la rancia cojonada hispana, para analizar con esa delicadeza que sólo el aliento a fino Montilla-Moriles puede dar. Y puede ser, puede, que tras la sombra del fuego que aparece en los telediarios, haya algo más que una simple fila de aparcamientos, pudiendo ser, digo yo, que los cinco años de traumática crisis, hayan aflorado por algo tan tonto, pero a la vez tan bilioso, como la aparente carcajada con la que nuestros próceres nos dicen que todo va a seguir funcionando igual. Intuyo que debe haber un poco de todo, y que si la orden de Génova ha sido ceder en la pelea, debe ser, porque algo puedan temer, tal vez ese miedo perdido a quemar la calle, a quemarla de verdad.

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