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Tetuán

Luis Medina

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Una versión de Oriente se encuentra un poco al sur. Lejos del hipócrita revuelo por espionajes absurdos. El afán por contrastar lo que ya se sabe.

El tiempo en Tetuán transcurre lento. Quizá por eso aún no se ha ido el reflujo de un antiguo aroma español que lo hace más entendible. Una excepción en el afrancesamiento progresivo del vecino alauita. La religión configura estratégicamente la red social para los más desfavorecidos. En el corazón de la ajada medina, es fácil hacerse preguntas sobre la desafortunada sucesión de decisiones en materia de política exterior española durante los últimos cincuenta años. Una dejación, una renuncia cultural, una nula visión estratégica, que poco tiene que ver con la descolonización. Perder lazos con aquellos con quienes se han tenido es un lujo solo al alcance de la miopía cultural. Del orgullo mal entendido. De la culpa católica. De la mediocridad acomplejada.

Cuando Undiano escatimó un penalti a Cristiano, buena parte de la concurrencia gritó al unísono. Discusiones y risas propias de un bar en una esquina de Santa Marina. Cuando Alexis superó a Diego López, la otra mitad se abrazaba. Un cuadro de la selección española campeona del mundo con su leyenda en árabe coronaba la sede del bar del At. Tetuán, uno de los lugares donde los lugareños pueden disfrutar de una cerveza. El At. Tetuán fue fundado a la imagen y semejanza del At. Madrid, y viste como ellos. Militó en la Primera División española una temporada a primeros de los años cincuenta. Un hombre de avanzada edad se me acercó en la calle y me dijo que había jugado en el Córdoba. No recuerdo su nombre, ni él recordaba muy bien cuándo o junto a quién. Pepe, un funcionario español, se acerca al lugar. Nos cuenta que trabaja en uno de los tres centros españoles de formación de la ciudad (un colegio, un instituto y un centro de formación profesional, o como ahora se llame), además de un Centro del instituto Cervantes abandonado a su suerte. Por las calles, muchos negocios mantienen nombres españoles. Las terrazas están llenas de hombres mirando el incesante trasiego de la calle.

Tetuán es una ciudad que apenas ofrece nada a quien llega... “salvo” oportunidades. El dinero va llegando. Los recelos de Rabat hacia sus pretensiones autonomistas van remitiendo. En un momento emergente, la medina, patrimonio de la humanidad, sueña con una rehabilitación que casi merecería llamarse reconstrucción. En su interior, hay un oasis para el viajero. “El reducto”, un precioso y acogedor hotel restaurante que Ruth, la mujer canaria que lo regenta, ha convertido en centro de referencia real para introducirse en la ciudad. Una fuerza viva social. Un lugar donde descansar, reconfortarse, tomar un “tagin”, cultivar la inquietud por este mundo, aprender sus códigos, entender qué cerca estamos, qué lejos... Qué cerca queremos estar, o qué lejos.

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