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El afán

Redacción Cordópolis

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Corren tiempos de tristeza galáctica, y tiene su gracia que sirva de mofa colectiva no ya sólo por extemporánea, sino porque tengamos que aguantar semejante asunto mediático en un momento en que nuestras cuitas de andar por casa, mucho más económicas y cotidianas, tienen la solidez del pan duro.

Una ciudad como Córdoba se encontró el curso pasado con un referente en lo deportivo que nadie esperaba. Con un nivel futbolístico notable, aunque no constante (todo hay que decirlo), el equipo ofreció, sobre todo en su propio estadio, unos partidos que volvieron a reconciliar a la afición con la esencia del fútbol. Divertir. Electricidad sin miedo a la factura. Tener la sensación de que tu equipo va a ser capaz de poner en serias dificultades, cuando no directamente de ganar, a cualquier formación que nos visite. Décadas después, la ilusión de pelear por volver a la élite bastaba. Nadie exigía resultados. El fútbol como remedio casero contra el desánimo, contraviniendo el rancio código intelectual en lo relativo a este deporte.

La respuesta del aficionado de a pie, ahora que las empresas e instituciones no compran abonos, ha sido espectacular. Los nueve mil socios están al caer y prácticamente es el único equipo que aumenta número con la salvedad de los ascendidos. ¿Piensan de verdad los preclaros del fútbol de toda la vida que es sólo una cuestión de resultados? Algunos pensamos que no es así. Que ese curso del Córdoba haya coincidido con la época dorada del fútbol español, y más aún con el estilo del equipo nacional o del Barcelona implica lo que los seguidores quieren ver, al menos en nuestra ciudad. Y es que de la medicina del patadón y el equipo a verlas venir ya tuvimos grandes doctores y lustros enteros. No parece que ese fútbol nos haya dado demasiado. Desde luego no en resultados. Estuvo a punto de acabar con el club.

Pero está claro que los recortes pueden llegar a las esperanzas del aficionado, que se aferra a un optimismo de serie que camina por la imposible frontera entre verdades objetivas y eufemismos del desasosiego: “La temporada acaba de empezar”, “esto es muy largo”… La primera derrota en casa tras once meses no hizo más que desahogar el debate que nos comía por dentro. Las famosas sensaciones. Sería cándido no admitir que esos tópicos (objetivamente ciertos) se generalizan cuando existe la íntima evidencia de que lo que apreciamos y lo que esperamos configuran distintos perfiles. El arrojo de las ruedas de prensa, apoyadas en una apuesta pública del presidente por el espectáculo y superar la campaña anterior, no se corresponden con lo que el equipo había ofrecido hasta el momento en las primeras jornadas, independientemente de los resultados. En los buenos y en los no tan buenos.

Y el laberinto de Berges. Tan parecido en planteamiento al que Del Bosque tuvo que soportar al sustituir a Luis Aragonés. Sabemos que Berges no es Del Bosque, que Paco no es Luis, que Berges no es Paco… Nada puede ser igual. Es otro año, otro entrenador, otros fichajes. Se han ido tres jugadores importantes. Todo eso cuenta. Pero sí sabemos lo que ha movido al cordobesismo a sacarse el abono. Para empatar en Lugo y perder en casa con el Elche sin convicción, sin gobernar el partido y prácticamente sin ocasiones, para eso, hubiéramos preferido nuestra embestida a lomos de la propuesta quijotesca, de nuestra idea inicial. La que nos habían vendido presidente, entrenador y jugadores. Algo que me recuerda a Luis Landero en su fantástica novela “Juegos de la edad tardía”: El afán.

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