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Celebración en la pretemporada | MADERO CUBERO

Paco Merino

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Si me preguntan si veo al Córdoba ascendiendo a Primera, digo que sí. Igual si llegan un par de fichajes nos emocionamos todos un poquito más y se nos va la cabeza. Para eso está el verano. Para vaciarnos de lo vivido en el curso anterior y abordar el siguiente creyendo, con esa ingenuidad tan propia de los futboleros, que todo irá a mejor. Además, estamos en Segunda División, una categoría con códigos propios y con un lema revelador: cualquiera gana a cualquiera en cualquier lugar y de cualquier manera. Todos sabemos cómo subió el Córdoba a Primera y cómo bajó a Segunda B. El cordobesismo ha visto lo suficiente como para madurar. Aquí nadie exige títulos ni habla -hay excepciones, como en todo- de ascenso o fracaso. La gente quiere estar orgullosa de su equipo, del que siguieron desde Tercera a Primera, divertirse un rato y que no le tomen el pelo. No es mucho pedir.

Carrión se ha ganado el derecho a que no le piten. El hombre no cayó en gracia porque llegó en mal momento y porque el banquillo del Córdoba, para qué engañarnos, es un puesto muy contaminado desde hace años. El vehemente Paco Jémez -hoy en México, dándolo todo con el Cruz Azul- o el Gladiador Pablo Villa -ahora en el staff de Emery en el PSG de Neymar- eran “unos de los nuestros”. Berges marcó la transición. Desde entonces, con Esnáider y sucesores, el técnico pasó al lado oscuro. Entrenamientos a puerta cerrada, desapego emocional, relaciones turbias con los medios y el entorno, discursos oficialistas difíciles de asimilar por el cordobesismo... Con Carrión se está empezando a recuperar algo tan sencillo y poderoso como el sentimiento de ir de la mano en un proyecto. El catalán conoce la casa como pocos. Se ha acoplado, lo que cabe interpretar como un mérito. Ha logrado ascensos a Segunda B y a Primera desde el banquillo y a Segunda como jugador. También vivió la otra cara. Sabe lo que al cordobesismo le gusta (y lo que necesita) escuchar. Ha dicho que irá partido a partido, construyendo el objetivo sobre la marcha. Está ante su gran oportunidad y lo sabe.

El Córdoba ha compuesto un equipo bastante apañado, con reformas a fondo en la defensa -fue de los más goleados en los dos últimos cursos- y en la delantera, donde se buscan elementos eficientes después de la venta de Florin Andone, el episodio más importante -en lo económico- de la historia moderna del club después del ascenso a Primera. Recuerda esto también a la etapa de Paco Jémez, que se encontró con una formación compuesta por retales. ¿Quién se acuerda de cómo se tomó el personal el fichaje de Caballero y López Silva, dos repudiados de un descendido Cádiz? ¿Y el fichaje de Javi Patiño, del San Sebastián de los Reyes? Se marcharon jugadores con nombre y llegaron desconocidos, a los que se sumaron canteranos como Javi Hervás, que pasó un verano de angustia sin ofertas relevantes y al que seis meses con Paco le sirvieron para arreglarse la vida con un contrato en el Sevilla. Del Rayo llegó rebotado un tal Borja García, que terminó siendo la revelación y también fue vendido al filial del Madrid. Aquel equipo de Jémez rescató el orgullo del cordobesismo con un fútbol de estilo propio y la mejor clasificación en décadas. Sólo perdieron una vez en casa, ante el Depor campeón de Oltra, y en el play off chocaron contra el potente Valladolid de Djukic. Qué tiempos.

Históricamente, el Córdoba ha hecho sus mejores temporadas cuando no se esperaba demasiado de él. En la actualidad no puede decirse que el club esté en la cima de la popularidad. Los cursos en los que se limita a estar ahí, sin nada que decir arriba ni abajo, le suelen hacer daño. El campeonato pasado fue así. Se desgranaron jornadas con la íntima convicción de que no había nada que hacer, en una transición entre aburrida e irritante, salpicada de puntuales escándalos extradeportivos que aliñaban una película previsible. Ahora han cambiado los protagonistas. En los despachos y en el campo. Sigue Carrión, a quien nadie podrá reprocharle que no se lo ganó. Y al equipo se le ha quitado mucha tontería de encima. El sábado empieza el baile. Bailemos.

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