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Mingorance y La Roja: Solamente una vez

Paco Merino

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Por entonces no se la llamaba La Roja. A nadie se le pasaba por la cabeza tal cosa. La selección era España y el fervor patriótico que levantaba era alimentado por una historia -con ribetes fantásticos- de infortunio inmerecido y conspiraciones en su contra. Con sus hazañas glosadas en el NODO -informativo oficial que se proyectaba en los cines- por la inconfundible voz del irrepetible Matías Prats, la selección de España era a principios de los años sesenta una formación en busca de destino. Nunca había ganado nada y lo cierto es que tampoco tenía pinta de poder hacerlo, a pesar de que coincidía en el tiempo con la época más gloriosa del Real Madrid como dominador en el continente. Pero siempre había algo que no terminaba de funcionar.

En 1964 se iba a disputar en España el Campeonato de Europa de Selecciones Nacionales y la cita se preparaba con tiento. Por su condición de anfitriona, las expectativas eran altas. Había que demostrar al mundo que en España se sabían hacer las cosas bien. Y el deporte, tanto ayer como hoy, es una cortina perfecta para ocultar otros asuntos. En ese escenario se sitúa nuestra historia. La increíble historia de José Mingorance.

Sólo se conoce a un futbolista que haya alcanzado la internacionalidad absoluta vistiendo la camiseta del Córdoba. Ha habido, sí, jugadores nacidos en la provincia que han vestido la camiseta nacional promocionándose en otros clubes. Y cordobesistas que acudieron a grandes citas internacionales antes o después de haber desfilado por El Arcángel. Algunos extranjeros, jóvenes canteranos que iban a las citaciones de los combinados olímpico, sub 21, sub 19... Pero la única llamada para la selección A a un componente del Córdoba la recibió en junio de 1963 un defensa central, José Mingorance Chimeno, natural de la localidad zamorana de Castro de Sanabria. Tenía 25 años y cuatro de experiencia en Primera División. Primero en el Granada y después en el emergente Córdoba, que lo fichó para echar raíces entre los mejores.

Pónganse en situación. Año 1963. Santiago Bernabéu, con el Generalísimo Franco en el palco de honor y el graderío lleno de banderas españolas. El rival, Escocia, se presentaba como un oponente accesible. Traía en sus filas a Dennis Law, uno de los mejores de todos los tiempos, pero el resto no pasaba de ser un grupo de honrados peloteros, que solían honrar su etiqueta de tipos esforzados pero carentes de calidad. En España sí había talento. O eso se creía. Rivilla, Lapetra, Amancio, Adelardo... Gente con galones. Y un llamativo debutante: Mingorance, del Córdoba. El chaval sonreía en las fotos iniciales del partido. Seguramente visualizaba una noche plácida, con una buena victoria que le abriera las puertas a nuevas convocatorias. Quizá un lugar en el Europeo del año siguiente. Quién sabe. Todo podía pasar. Para bien... o para mal.

El pleito arrancó con un buen guión. Mingorance salió como titular. Adelardo adelantó a España en el minuto 8. Pero, de repente, todo comenzó a torcerse. Gol de Law (15'). Gol de Gibbson (16'). Gol de McLintock (19'). Gol de Wilson (34'). El seleccionador, Pepe Villalonga, sacó del campo a Mingorance en el minuto 35. El marcador señalaba un irritante 1-4. Puso en su sitio a Zoco, pero aquello no tenía remedio. En el descanso retiró al portero, el madridista Vicente Train, para colocar bajo los palos al mítico Carmelo Cedrún. Nada. El resultado final, 2-6, figura como la derrota más contundente jamás encajada por la selección en suelo español. Y allí, en el epicentro del desastre, durante poco más de media hora de pesadilla, estuvo el único cordobesista que ha sido internacional. Debut y despedida. Aquel suceso queda como un asunto desclasificado en el historial del fútbol español, un expediente X que conviene no recordar. Algunos de los que estuvieron allí, sin embargo, no lo olvidarán nunca.

Una mala tarde la tiene cualquiera. Mingorance la padeció en el momento más inoportuno. Aquel episodio le dejó señalado y jamás volvió a vestir la camiseta de la selección. Tampoco regresaron a ninguna lista Vicente Train y Carmelo Cedrún, los dos porteros que aquella funesta jornada se pusieron bajo los palos en un escenario en el que, paradojas de la vida, España conseguiría unos meses después el título de campeona de la Eurocopa 1964 ante Rusia. De ese éxito estuvo viviendo hasta que 44 años después Iker Casillas levantara el mismo título en Viena, en la Eurocopa 2008. Mingorance estuvo en la selección tantas veces como el bolero compuesto por el mejicano Agustín Lara asegura que se entrega el alma.

¿Y quién era Mingorance? “El mejor defensa que jamás haya tenido el Córdoba”, dicen quienes le vieron jugar en la década de los sesenta, la edad de oro de los blanquiverdes en Primera. Idéntica concepción del zaguero zamorano tienen en Granada, donde su nombre adquiere tintes heróicos cuando los más veteranos rememoran la campaña 59-60. Allí, en Los Cármenes, debutó en la máxima categoría a los 21 años. Estuvo dos cursos en la capital nazarí, tres en el Córdoba y cuatro más en el Español, todos ellos en Primera División, antes de retornar al Córdoba para despedirse, ya en Segunda, con 33 años. Antes de decir adiós, colaboró en el último ascenso de los cordobesistas a la máxima categoría. Por cierto, con Mingorance como eje de la retaguardia, el Córdoba consiguió en la temporada 1964-65 un récord inigualable: sólo encajó dos goles en los quince partidos que disputó en casa. Un promedio de 0’13. Uno se lo marcó en propia puerta y el otro lo firmó Alfredo Di Stéfano. No perdió ni un solo partido en El Arcángel. Fue quinto, la mejor posición de siempre en el club blanquiverde. Para que se hagan ustedes una idea de quién era Mingorance.

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