Manolín Cuesta, ángel y demonio del Córdoba
De manera recurrente en los últimos años, frecuentemente cuando escasea el dinero para invertir en fichajes y los dirigentes vuelven la vista hacia la fábrica de jóvenes talentos, su nombre aparece asociado a un proyecto de cantera vinculado al Córdoba CF. Y, de forma automática,los militantes blanquiverdes entran en un estado de cólera generalizada. ¿Manolín Cuesta colaborando con la causa cordobesista? ¿Nos hemos vuelto locos o qué? Hace apenas un par de semanas volvió a salir a la luz pública una noticia sobre la reedición de esta historia de amor imposible, un cuento en el que los héroes y los villanos se traspasan los papeles hasta llegar a confundirse. Parece ya universalmente aceptado que el Córdoba CF necesita nutrirse de futbolistas locales para sostener un proyecto viable. Y resulta que a apenas quinientos metros de distancia de El Arcángel se ubica la instalación Enrique Puga, el hogar del Séneca CF,una de las mayores plataformas de jugadores jóvenes de todo el país. Una factoría inextinguible cuyo impulsor, forjador y presidente es Manuel de la Cuesta Martínez (Córdoba, 1950), que con el apelativo de Manolín se convirtió en historia viva del Córdoba... y, evidentemente, también del Séneca. Dos entidades que son como el agua y el aceite.
A Cuesta, ángel y demonio del cordobesismo, le conocen las generaciones más jóvenes como a un empresario de la cantera que antepone el interés económico de su club -el Séneca- al de la entidad blanquiverde, a la que no le une ningún lazo contractual y con la que tradicionalmente ha mantenido una relación extraña y avinagrada. “Una cosa es ser cordobesista y otra distinta es ser gilipollas”, explicó gráficamente, como es su estilo, en una entrevista que le realizaron con motivo del cincuenta aniversario del Córdoba, en 2004. Ahora, en el 2013, el que cumple medio siglo de vida es el Séneca, fundado por su padre, Joaquín, el mismo que le llevó de la mano a Huelva, cuando tenía 13 años, para que viera en directo cómo el Córdoba vencía por 0-4 en el Colombino y conseguía su primer ascenso a Primera División. Aquel chiquillo iba a convertirse en el mejor goleador de todos los tiempos del Córdoba y en uno de los jugadores fundamentales del RCD Español en los años setenta en Primera División.
A Manolín Cuesta, al que muchos le cuelgan el cartel de anticordobesista -se podrá discutir mucho sobre si se lo ha ganado a pulso o no-, nadie le podrá poner en duda su fidelidad y compromiso con el escudo desde que Eizaguirre le sacó de los juveniles -había llegado desde el Séneca, obviamente- y le hizo debutar en Segunda División en Puertollano, ante el Calvo Sotelo. Unas semanas después marcó su primer gol, en El Sadar pamplonica -a pase de Escalante- y a partir de ahí se afianzó como una referencia en la vanguardia cordobesista. En el curso 70-71 marcó 17 goles y compartió el Pichichi de Segunda con Santillana, que saltó del Racing de Santander al Real Madrid. Manolín siguió en El Arcángel y jugó en Primera con una plantilla compuesta mayoritariamente por cordobeses. Conoció la amargura del descenso y estuvo en Los Cármenes el día que el equipo blanquiverde pisó por última vez la máxima categoría, un 1-0 ante el Granada que sirvió para echar el telón a una época de oro. Siguió en Segunda y continuó firmando goles. Fue el máximo realizador en todas las temporadas en las que vistió la camiseta del Córdoba, en tres categorías distintas. Hasta que un día llegó la hora de decir adiós.
El traspaso al por entonces Español -actualmente Espanyol- se hizo como se solían hacer las cosas en aquellos tiempos. Campanero citó a Cuesta en la sede del club a la una de madrugada, después de haber cerrado la operación previamente con los dirigentes catalanes. “Manolín, coge el avión que te vas al Español”, le dijo. Efectivamente, a las tres de la mañana subió el delantero a la aeronave que le llevó a Barcelona, donde firmó su contrato con el club de Sarriá. Pagaron 12 millones de pesetas por él más el pase de Rivero. Todo estaba ya firmado pero aún faltaban por jugarse diez jornadas del campeonato de Liga de Segunda División y el Córdoba andaba metido en problemas. Sin Manolín Cuesta, que había pactado no jugar más, empezó a perder partidos... hasta que se vio abocado a disputar una promoción por la permanencia ante el Almería. ¿Y qué ocurrió? El Córdoba y el Español llegaron a un acuerdo. Podría jugar los dos partidos por la salvación, pero si se lesionaba el contrato quedaba roto. En el primer choque, en El Arcángel, el Córdoba ganó por 3-1. Todos los goles fueron suyos. En la vuelta, el Almería iba ganando por 3-0 a falta de trece minutos. El Córdoba, dos años después de haber bajado de Primera, podía caer a la Segunda B. Manolín Cuesta marcó el gol que llevó al Córdoba a la prórroga, y en el tiempo extra Cruz Carrascosa firmó el 3-2. Después de aquello se fue a Barcelona.
Allí estuvo -al lado de Juan Verdugo, otro cordobés- desde 1974 hasta 1980, seis temporadas en las que compartió vestuario con jugadores clave en la mitología perica como Rafa Marañón, Solsona o Amiano. En Montjuic aún recuerdan los más veteranos su partido más memorable, un 5-2 al gran Barcelona de Joan Cruyff en la temporada 74-75. Manolín Cuesta anotó dos tantos aquella tarde. Después de jugar 165 partidos en Primera y 6 en la Copa de la UEFA, el Córdoba le llamó. Los blanquiverdes estaban arruinados, chapoteando en la Segunda B, y Manolín Cuesta regresó como un héroe. Volvió a hacer su trabajo: fue el máximo goleador y el Córdoba subió a Segunda. Siguió un año más en la categoría de plata, pero en verano se enteró de que le iban a despedir leyendo el periódico. Aquel episodio le marcó. Consumió sus últimos días como jugador en el Rute y el Iliturgi antes de dedicarse por completo al Séneca CF, el sueño que construyó su padre. Y hasta hoy. Su hijo Rubén, futbolista, llegó a debutar en el primer equipo del Córdoba en Segunda, pero en la casa blanquiverde prefirieron en su momento gastarse el dinero en figurones y el vástago del mito siguió su carrera lejos de El Arcángel. Podría decirse que Manolín Cuesta tiene razones de todo tipo para llorar cuando mira una camiseta blanquiverde: de emoción y de rabia, de agradecimiento y de rencor. Sentimientos encontrados por lo que fue, por lo que pudo ser y por lo que nunca será.
0