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Un aficionado anima en El Arcángel | TONI BLANCO

Paco Merino

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El Córdoba ha terminado la primera vuelta en el decimoquinto puesto, con 26 puntos. Tiene ya mitad de los que hacen falta para salvar la categoría en Segunda. En lo que atañe a su tradicional desafío de huir del dolor, las cosas van más o menos bien. El aroma del drama apenas se ha percibido entre el cordobesismo, que atraviesa el curso 16-17 instalado en una tibia indignación. El equipo apenas llama la atención en lo futbolístico, algo que no debe considerarse un pecado en una división en la que el éxito se mide con peculiares parámetros. Aquí puede ascender -o descender- cualquiera y el equilibrio de fuerzas permite segundas y terceras oportunidades hasta a quienes no se las merecen.

El Córdoba no puede presentar ninguna actuación especialmente memorable. Si acaso, la eliminatoria de Copa ante el Málaga: 2-0 en el estreno de Carrión y 3-4 en La Rosaleda para proporcionar una ración de orgullo a su gente. No gana en Liga en El Arcángel desde finales de septiembre del año pasado y ya cambió de entrenador, algo que ya han hecho -algunos más de una vez- la mitad de los equipos. En una liga de locos, parecerlo no es un desdoro. Siempre hay algún motivo, por raro que parezca, para estimularse. El Córdoba, después de una semana horrible en la que fue eliminado de la Copa por el Alcorcón y superado con dolorosa suficiencia por el Girona, se mira en el espejo de su verdugo más reciente. El año pasado, por estas fechas, en Montilivi temblaban mirando de reojo los puestos de descenso. Al final, jugaron la final por el ascenso ante Osasuna después de eliminar en la semi al Córdoba, cuya trayectoria describió una curva descendente: de la mejor primera vuelta de su historia a un desplome por agotamiento y deterioro.

Si alguien quiere sufrir pensando que es un desastre que el Córdoba no esté en puestos de ascenso directo a Primera es libre de hacerlo. Pero, sinceramente, parece un ejercicio más propio de neófitos o de defensores de intereses partidistas con los egos inflados. El Córdoba es un equipo apañadito, que puede engancharse al ascenso del mismo modo que pueden hacerlo prácticamente todos sus vecinos. Y eso lo sabe todo el mundo. Especialmente los cordobesistas, que siguen llenando las gradas de El Arcángel sin que nadie les llame y teniendo claro lo que se van a encontrar. Desde 1972 solamente han visto un año de su equipo en Primera División y fue para perpetrar una campaña horrorosa. Lo que está ocurriendo desde la salida de la élite no es para bailar, pero tampoco para que se genere una revolución social de alto calibre más allá de los clásicos frentes de opinión que se lanzan puyas para reafirmarse por oposición al otro.

Al cambio en la presidencia y en el banquillo en medio de la temporada se ha unido una buena tanda de renovaciones de jugadores jóvenes que se vienen cociendo en el filial. Han fichado -por seis meses, aunque todo se hablará- a un jugador cordobés con carisma como Javi Lara. El estilo está en construcción. Y en la clasificación no ocurre nada relevante más allá de la permanencia en una zona tibia, compensando las taras con imaginación y dejando la estela de un grupo que da lo que tiene. Y da para lo que da. ¿A alguien le sorprenden los números del Córdoba? Tiene toda la pinta de un año de transición, pero quién sabe. Por eso cuando desde la propiedad se dice que “cada año que pase en Segunda es un fracaso para el Córdoba” -y eso se asume como marca de la casa-, el personal pone un gesto raro y se pregunta en qué momento este bendito club se convirtió en un grande que está obligado a volver a Primera. No se trata de ser pusilánimes ni conformistas. Más bien conviene no perder la cabeza en angustiarse con lo lejos que están los puestos de ascenso directo y atornillar bien las piezas; que la plantilla vaya pareciendo cada vez más un proyecto de algo y no una pasarela en la que quien destaca va directamente al escaparate.

El cordobesismo tiene una especialidad: su asombrosa capacidad de esperar lo que sabe que no va a suceder. Y los fieles nunca faltarán. Por si pasa. Que los milagros existen porque los hemos visto o, por lo menos, nos los han contado fuentes fiables. Esos que saben que la historia del Córdoba va más allá de los últimos cinco años.

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