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Charles, el jornalero que se transformó en superhéroe

Paco Merino

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¿Ha sido Charles el mejor fichaje extranjero del Córdoba? Depende de cómo se mire. Por aquí pasaron talentos que dejaron su sello. Como el argentino Onega, estrella en los años setenta, un jugador con caché que en su ocaso profesional recibió una oferta directa del presidente Rafael Campanero, que se desplazó a su país para convencerle. Los aficionados más veteranos se ofenden cuando escuchan que se cuestiona su liderazgo en el ranking de mejores foráneos de la historia del club. O como Alessandro Pierini, que aterrizó en un Córdoba enloquecido y en espiral descendente para acabar siendo capitán en una época para tipos duros. Pero el caso de Charles reúne unas connotaciones especiales. No era ir con la chequera a por un hombre consagrado, qué va. No hubo que pagar traspaso por él... ni tampoco se cobró cuando se marchó. Hablamos de calidad, de precio de compra, de rendimiento total, de impacto en el equipo, de rentabilidad en imagen... De la diferencia entre el Charles que vino y el que se fue dos años después. Una mutación fantástica. De jornalero del gol a estrella de la Liga. El delantero brasileño acabó su puesta a punto como profesional en El Arcángel para emprender después una comprensible, exitosa y lucrativa huída.

La “operación Charles”, ejecutada con Javier Zubillaga al frente de la secretaría técnica y Lucas Alcaraz en el banquillo del Córdoba en verano de 2010, tuvo una trascendencia brutal en una entidad que tradicionalmente no había demostrado demasiado acierto en la contratación de futbolistas del exterior. O se echaba en manos de un agente afín para arriesgarse con algún producto de una liga exótica o, directamente, sacaba la billetera para ir a tiro fijo y pagar la incorporación de alguien con experiencia acreditada en la competición española. Lo de Charles fue distinto.

El Córdoba lo encontró en el Pontevedra, en el grupo I de Segunda B, donde llevaba seis años. Seis. Si era tan bueno, ¿por qué motivo no salió del modesto Pasarón con destino hacia algún club más poderoso? ¿Nadie se daba cuenta? ¿Y el Córdoba sí? ¿El Córdoba? Pues sí, fue el Córdoba el que le echó las redes. Lo conocían, claro. Los blanquiverdes se habían cruzado con él en el play off de ascenso a Segunda del 2007. Ellos siguieron adelante y el Pontevedra de Charles permaneció chapoteando en la división de bronce, acumulando fases de ascenso -cuatro en seis años- con desenlaces frustrantes. En Pontevedra añoran las temporadas con el liderazgo del brasileño, seguramente las más emocionantes desde los años 60 del siglo pasado, una edad dorada en la que los gallegos llegaron a ser por unas semanas líderes de Primera División. Charles era alguien importante en el Pontevedra. Seguramente el que más. Cuando se marchó, el equipo gallego descendió a Tercera. Y ahí sigue.

Charles Dias Barbosa nació en Belem, la capital del estado de Pará, una de las mayores metrópolis de Brasil con casi millón y medio de habitantes. Trabaja como futbolista desde que un día decidió dejar su país con apenas 19 años para seguir a sus primos Igor y Yuri, que habían fichado por el Pontevedra. Del trío familiar, Charles era el menos deslumbrante pero el más eficiente. Le llamaban “el maestro de las chilenas” porque marcó unos cuantos goles con esa espectacular acción, que difundida por Youtube alcanzó celebridad entre los degustadores del fútbol profundo. Charles, con 26 años, quedó libre. Le tentaron de Cartagena, Xerez, Ponferradina... Equipos de segunda fila, destinos ideales para un obrero del gol, un brasileño que rompía los estereotipos del clásico futbolista de su país. No era el punta menudo, habilidoso y culibajo que encadena cabriolas para alegría del público y desesperación de los entrenadores. Tampoco el finalizador con una amplia gama de remates, egoísta a la hora de poner la firma a las acciones de ataque. Charles era un poco de todo eso y algo más. Se comportaba como el primer defensa del equipo. Presionaba y se movía como un poseído desde la retaguardia del rival. Y eso, en el fútbol actual, es un valor crucial. Lucas Alcaraz, obviamente, se volvio loco ante la posibilidad de traerle. Y el Córdoba le fichó, libre, por dos temporadas y 140.000 euros por cada una.

No hubo grandes recibimientos en El Arcángel. Los aficionados apenas le conocían y los periodistas, habituados todavía a la llegada de fichajes de cierto renombre, se preguntaban de dónde había salido aquel brasileño que no lo parecía. ¿Quién es este Charles? Pronto lo pudieron comprobar. En su primer año materializó 15 goles en 39 partidos disputados. Su frenético despegue había comenzado. En un sólo curso, pudo ser protagonista del que hubiera sido por entonces el mayor traspaso en la historia del Córdoba CF. Casi un millón de euros ponía sobre la mesa el Almería. Era un buen dinero. Para la entidad de El Arcángel, metida en un concurso de acreedores, puro maná. Pero la operación se paró y Charles se quedó. Hubo lágrimas de alegría y de alivio. El técnico cordobesista, Paco Jémez, desaconsejó el traspaso puesto que el campeonato era inminente y no había opción para buscar un recambio de garantías. El que quería llevárselo a toda costa al Almería era Lucas Alcaraz, que le había dirigido en el Córdoba.

Ese capítulo de venta frustrada homologó la condición estelar de un futbolista que, evidentemente, ya no era considerado uno más. Referencia en el campo y en la grada, se transformó en un jugador bandera. En el estadio se cantaban canciones con su nombre. Charles, que llegaba con hambre, dio tantos bocados como el que más. El punta brasileño había seguido con fidelidad todos los pasos hacia su nueva condición de estrella de la Liga: su origen humilde, llegando desde un club de una división inferior; la conquista del puesto a fuerza de trabajo y goles; el aprecio bien ganado de los exigentes aficionados cordobesistas... Sólo le faltaba un ingrediente en el pack de hombre de moda en Segunda: la oferta para cambiar de aires.

En su segunda campaña de contrato, Charles bajó su nivel de anotación (8 goles en 35 partidos) pero el Córdoba despachó su mejor temporada desde hacía más de cuarenta años, optando al ascenso a Primera División. Fue un año que reactivó el orgullo dormido -cuando no pisoteado- de una afición que se enamoró perdidamente de aquel conjunto de rebeldes liderato por Paco Jémez desde el banquillo. Las lesiones y su particular situación -finalizaba su contrato en junio y se desataron las especulaciones sobre su porvenir-, dieron un aire turbio a su trayectoria blanquiverde. En el club no tenían demasiado claro que su continuidad fuera interesante. Obviamente, había que elevarle el sueldo. Alguien habló sobre el “estancamiento” de Charles. El brasileño jugó su último partido con el Córdoba en el José Zorrilla de Valladolid, cerrando la campaña más brillante del club en décadas y su ciclo en el club. Fue un adiós áspero.

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Unas semanas después se anunció su fichaje por el Almería, a donde llegó libre. Le abrió las puertas Javi Gracia, que fue su entrenador en el Pontevedra, donde todo empezó. Charles destrozó todos los récords. Anotó 32 goles, fue el máximo artillero de la categoría, lideró el ascenso a Primera División del Almería... y cambió de aires. El Celta pagó un millón de euros por él y le puso delante un contrato por cuatro temporadas. Es titular indiscutible para Luis Enrique y lleva cuatro goles marcados con los de Balaídos.

Hoy, tres años después de su fichaje por el Córdoba, Charles juega en Primera División. Y los aficionados locales, cuando lo ven por la televisión, se dan codazos y recuerdan a aquel brasileño peculiar, que paradójicamente no recibió la mayor ovación en el estadio tras un gol sino un día en el que jugó con la cara literalmente partida tras un codazo de Edu Albácar, del Elche. Con una venda ensangrentada en la boca, que mordía para soportar el dolor, se abrazó a sus compañeros antes de irse al hospital para que le repararan los destrozos en el rostro. Ése es Charles.

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