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Alabanda, el héroe bético que llegó de Posadas

Paco Merino

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Hubo un tiempo en el que los futbolistas tenían aspecto de hombres curtidos, de barba cerrada y pectoral poblado. Tipos que habían vivido lo suyo, que eran capaces de compartir un lugar en la barra del bar con los amigos de forma natural, sin que fuera necesario poner cámaras alrededor y unas cuantas mozas riéndose de manera atropellada para rodar un anuncio de una marca de cerveza. Nada de tatuajes, ni de peinados raros. Eran gente normal, que solamente se volvía especial cuando se ponía su uniforme de trabajo para salir al campo de juego y hacer, mayormente, lo que le mandaba el entrenador. La metrosexualidad aún no había invadido los vestuarios de los estadios de fútbol en los años 70, tiempos de cambios políticos, sociales... y futbolísticos. Que se lo pregunten a Sebastián Alabanda Fernández (Posadas, 1950), un cordobés que fue pieza clave en uno de los partidos más politizados de la historia de nuestro país.

Pónganse en situación. Estadio Vicente Calderón, 26 de junio de 1977. Athletic de Bilbao y Real Betis Balompié pelean por un título clásico, pero nuevo a la vez. La Copa del Generalísimo se disputó hasta la muerte de Francisco Franco, en 1975. En la 76-77, el torneo adoptó la denominación actual, de Copa de Su Majestad El Rey, siendo el nuevo Jefe del Estado el encargado de entregar el trofeo después de cuatro décadas en las que el vencedor del partido recogía su copa de manos del Caudillo. Era la primera vez que Juan Carlos I de España estaba en el palco. En Madrid. En un estadio en el que -¿les suena?- no se veía apenas ninguna bandera española. Sí había alguna que otra ikurriña y banderas andaluzas, o del Betis, que venía a ser lo mismo.

En una de las finales más apasionantes que se hayan visto, el equipo andaluz conquistó el título. Iba con la etiqueta de víctima, pero se burló del destino y salió triunfante. 1-1 en los 90 minutos. 2-2 en la prórroga. 8-7 en los penaltis. Esnaola le marca el gol a Iríbar. Campeones. Nace el Eurobetis. El sur también existe. Allí estaba Sebastián Alabanda, maleno de nacimiento y héroe ya para siempre de un Betis que por entonces encarnaba de manera fiel el espíritu andaluz, indómito y ansioso de libertad, aferrado a la cultura del manque pierda, que no es victimismo sino orgullo y respeto por las raíces.

Aquella histórica final de la Copa del Rey es el punto más alto en la carrera de Sebastián Alabanda, un chico que nació en Posadas pero que se marchó con su familia a Sevilla para hacer una carrera de ensueño en el Betis. Sólo salió de Heliópolis para cumplir cesiones al Valdepeñas y al Rayo Vallecano, antes de retornar al equipo verdiblanco para protagonizar un ciclo inolvidable y de cerrar su trayectoria futbolística en las filas del Murcia. Al lado de Biosca y López, y a la espera de Julio Cardeñosa -que llegaría el curso siguiente-, Alabanda sólo pisó una vez como profesional el estadio El Arcangel.

Fue un 17 de febrero del 74, con blanquiverdes y verdiblancos en Segunda, y el duelo terminó con empate a uno. En aquel Córdoba florecían canteranos como Carmelo Salas, Alarcón, Pepe Escalante, Manolín Cuesta, Urbano o Cruz Carrascosa. Por el Betis marcó López y empató por el bando local, en el último minuto, un chaval llamado Carlos Alias. Aún sigue siendo el jugador más joven en debutar como cordobesista: lo hizo a los 16 años, en Primera División. Luego su carrera se diluyó. Alabanda lucía menos, pero cumplía a la perfección su cometido en el centro del campo. Cortar y tocar. Vigilar y apoyar. De vez en cuando, subir arriba. Frecuentemente, ayudar atrás. Era un todoterreno, un futbolista que transmitía una sensación de dominio colosal. Sabía lo que hacía. Tenía oficio.

Cumpliendo misiones de intendencia y poniéndoselo fácil a las figuras de su equipo, Alabanda se hizo con un lugar en la historia del Betis, con el que vivió dos ascensos a Primera, dos descensos a Segunda, un título de Copa, una experiencia sorprendente en la Recopa y unas cuantas convocatorias con la selección española. Sólo jugó una vez con La Roja, aunque en aquellos tiempos a nadie se le ocurría llamarla así. Nueve minutos. Ha sido la presencia más breve de un futbolista nacido en Córdoba en el equipo nacional absoluto. En el conjunto de Kubala figuraban Camacho y Del Bosque, que llegarían a ser seleccionadores nacionales, y Ángel María Villar, que lleva camino de eternizarse como presidente de la Federación Española. La cita no fue ante cualquier rival. Alabanda sustituyó a Migueli en un España-Alemania en Madrid, previo a la Eurocopa de 1976. El partido terminó con empate a uno. Los alemanes, con gente como Maier, Beckenbauer o Bonhoff, llegarían muy lejos en aquel Europeo. Hasta la final. Perdieron desde los once metros ante Checoslovaquia, después de un lanzamiento que pasaría a la historia y crearía una marca: el penalti de Panenka.

Alabanda no siguió en el mundo del fútbol. Le salió un buen trabajo, en una sucursal de Caja Granada, y ahí trabajó durante 27 años hasta que se prejubiló. Vive en el barrio de Heliópolis, cerca del campo del Betis, y acude a verlo de vez en cuando. Los aficionados más veteranos se acuerdan de él y de aquel gol de tacón que le marcó al Madrid en el Bernabéu.

Tiene familia en Posadas, un pueblo que ha dado futbolistas de Primera como García Navajas, García Prada, Pablo, Manolo Jiménez o Morenito. Allí, en los bares más antiguos, los feligreses del balón cuentan las excelencias de aquel chaval que un día se fue al Betis y cuyas andanzas siguieron por los periódicos, la televisión y los cromos. Alabanda fue un buen profesional en un club singular, donde se ganó el respeto de todos sus colegas. Vivió el fútbol en todas sus caras: ganó títulos, ascendió y descendió. Bailó y lloró. Lo hizo lo mejor que supo y lo hizo bien. “Siempre fui muy consciente de mis limitaciones. En lugar de echar de menos lo que no tenía, aprovechaba lo que sí tenía. Hoy lo digo: jamás pensé que iba a vivir como ahora vivo. Sí, a base de esfuerzo, no te lo niego; y de trabajo. Cuando me retiré cogí una escalera y colgué las botas de fútbol lo más alto posible. Y me dije: tú has sido, ya no eres. En ese momento dejé de ser futbolista y busqué nuevos retos. No se puede vivir de los recuerdos. El error está en creer que sigues siéndolo cuando ya no lo eres, cuando los únicos que son, son los que están ahora y mañana serán otros. Yo me fui y se acabó”, relató en una entrevista. La reflexión de un hombre cabal.

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