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En la palabra, la luz

Rafael Ávalos

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José Juan Jiménez Güeto pronuncia un brillante Pregón de Semana Santa, cargado de emoción, de fe y de reivindicación | El Gran Teatro acaba rendido tras un intenso recorrido por la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús | La Banda de Música María Santísima de la Esperanza abre la noche

Hay experiencias que sin ser vividas en primera persona son imposibles de entender. Porque no existe forma de explicarlas; porque las palabras resultan insuficientes para definirlas. ¿De qué manera se escriben los sentimientos? Los de verdad, los puros. Quien conozca la forma, que lo desvele. El amor, el dolor, la tristeza y la felicidad, la seguridad y el miedo. Lo uno y lo otro. La vida. ¿Cómo se cuenta todo eso? Aquello que a las personas ocupa y preocupa. Quien lo sepa, que acabe con el secreto. De la tenue iluminación estalla la luz. Basta con golpear al corazón, con provocarle, para que éste se levante. Y al final el alma se pone en pie. Cuando uno abre el suyo para escuchar es necesario hacerlo con el pecho. Los oídos no bastan. Debe sentirse y no oírse. Son cosas que suceden una vez y no más. Como un Pregón de Semana Santa memorable, único e irrepetible. Como el anuncio, ya impreso en la memoria de todos a cuantos les alcanza, de José Juan Jiménez Güeto.

La expectación es máxima. A las puertas del Gran Teatro, se cuentan por decenas las personas que aguardan para entrar. Quedan minutos. Dentro del principal espacio escénico de la ciudad son centenares quienes esperan. El lleno no está asegurado, es un hecho sin más. Minutos después es comprobable la afirmación. Quizá nadie sabe entonces en su justa medida qué va a suceder. Son las ocho, la hora prevista, y aún restan los gestos protocolarios. Los saludos, las fotografías con las autoridades, los instantes en los que olvidar los nervios. El telón se alza y sobre el escenario la Banda de Música María Santísima de la Esperanza. La formación es, al igual que en 2015, la encargada de abrir la noche. Sones cofrades para colocar en su lugar a todos los presentes.

Está la alcaldesa, Isabel Ambrosio. Y su predecesor y hoy diputado, José Antonio Nieto. Y la predecesora de su predecesor, ahora consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Rosa Aguilar. Está el presidente de la Agrupación de Cofradías, Francisco Gómez Sanmiguel. Y el vicario general de Córdoba, Jesús Poyato. Y el delegado diocesano de cofradías, Pedro Soldado. El Obispo, Demetrio Fernández, se encuentra en la Misión de la Diócesis en Moyobamba (Perú). Están los hermanos mayores y otros representantes de las corporaciones cordobesas, el presidente de la Federación de Peñas, Alfonso Morales, y otras muchas autoridades. Está la Córdoba cofrade. Sólo una parte. Muy pequeña y a la par muy amplia. Suena “Saeta Cordobesa”, de Pedro Gámez Laserna. Los que son y están, los que están y son rompen en aplausos.

El protagonista, también lo hace en el patio de butacas. En primera fila, desde donde escucha a Pilar Fonseca, que escribe con su voz una carta a más de un remitente. Lo suyo no es una presentación, sino un mensaje a un amigo. A un hermano. “El corazón no ordena ideas”, asegura. A veces sí lo hace. Acto seguido, aparece en el efímero altar que sobre las tablas del Gran Teatro hay montado. Una Cruz de Guía lo preside, un paño de Verónica con el rostro de Jesús se encuentra a sus pies y piezas varias hay de tres hermandades. Vía Crucis, Santa Faz y Perdón, las tres corporaciones de La Trinidad, de la que es párroco el canónigo de la Mezquita-Catedral; de la que es párroco el pregonero de Semana Santa. Una bandera más allá recuerda a la Virgen de la Sierra. Más a quienes la vieran por las calles de la capital en la Magna Mariana. Todo está dispuesto y José Juan Jiménez Güeto en el escenario.

Sol de Domingo de Ramos para comenzar. Sol sobre San Lorenzo. Sol para el Señor de los Reyes en su Entrada Triunfal en Jerusalén. Porque hay un Jerusalén en esta ciudad. El que este año va a tener su centro en el primer templo de la Diócesis. “Viva Catedral”, exclama Jiménez Güeto para cerrar sus primeros versos. Los primeros aplausos llegan con fuerza. La reivindicación también tiene lugar en su discurso, que pronuncia con profundo carácter lírico. Mantiene el ritmo, alza la voz, gesticula, rebaja el tono y lo eleva… Es la poesía del corazón. Inicia con la Borriquita su recorrido por la Semana Santa de Córdoba, que lo es también por los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Camina por las advocaciones de la ciudad. Siente y hace sentir. Exclama y hace exclamar. Vive y hace vivir. Llora y hace llorar. Y, sobre todo, ama y hace amar. Amar. Querer al Hijo y al Padre, así como a la Madre. Madre de la Trinidad, a la que ofrece una de las partes más mágicas, si se permite la expresión, de su disertación. Madre de la Encarnación, que es cada mujer que le hace marchar a la Mezquita-Catedral. Madre del Amor, Reina de los Ángeles, Señora con siete puñales, tantos como Dolores, en su corazón…

La Virgen de las Angustias es la Madre. La de todos cuantos creen en Ella y en el Hijo. Es su madre, la que un día acoge entre sus brazos al descendiente sin vida. Hermosa forma de expresar, a través de la imagen de Juan de Mesa, el amor hacia la mujer que le diera la vida. Jiménez Güeto se emociona y el teatro tiende a caerse. Un terremoto emocional mueve sus cimientos. Es el aplauso. Es el corazón provocado. Pero el pregón tiene tanto de sensibilidad como de teología. Y tanto de teología como mucho de vivencias. Y tanto de vivencias como de reivindicación. Reivindicación de la mujer como pieza fundamental de la existencia. Reivindicación de la caridad, como esencial acto de las hermandades y de sus personas. Reivindicación de la justicia social. Es mensaje de tolerancia y a la par voz fuerte de defensa de los creyentes. Es todo.

Camina por Córdoba, como por la Pasión, Muerte y por supuesto Resurrección. Llega el segundo domingo de la Semana Santa. El sol de nuevo brilla. El altar continúa ahí. Casi dos horas después, Jiménez Güeto habla del paso a la eternidad. Santa Marina de Aguas Santas. Ahí comienza la Alegría de la Virgen. Ahí comienza la Alegría del cofrade, del cristiano cordobés. Después llegan la Gloria a través de las imágenes de Córdoba. También de la provincia. También de Cabra. Es la Virgen de Sierra, la “milagrera” según el pregonero, la última en ser nombrada. Suena la música. Suenan los corazones. Les provoca y estos se levantan. Una ovación rompe la calma del teatro. La tenue iluminación deja de serlo. De repente, estalla la claridad. En la palabra está la luz.

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