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Reformas ¿para qué?

Fernando Lara

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Reformas, reformas y reformas, del mercado de trabajo, de la administración pública, del sistema de la seguridad social, de la actividad comercial, del modelo de financiación pública, del sistema financiero, de la educación, de la sanidad, de todo. Este es un país en obras. ¿Y para qué tanta reforma? ¿Qué nos espera después de esto? Cuando Alfonso Guerra dijo, después del que PSOE ganara las elecciones en 1982, aquello de que iban a poner a España que no lo conocería ni la madre que la parió, se refería, seguro, a esto, a que entre su partido y el otro –realmente no hay más que dos- lo iban a conseguir, y que ya se vislumbra ese horizonte. Nada halagüeño, realmente, porque lo que se nos viene encima es “una inteligentísima operación de desmontaje, derribo, deconstrucción y destrucción todo en uno, del modelo de construcción social y del contrato social hasta ahora existentes. Pero todo eso sin gritos, sin aspavientos, sin puñetazos encima de la mesa; a través de un concepto magistralmente escogido para la ocasión: reformas”. Así piensa el economista Niño Becerra, tachado por muchos de agorero y cenizo, pero que, les guste o no a los tachadores, ha ido acertando en sus diagnósticos y pronósticos sobre esta cosa de la crisis.

Y aquí el personal viéndolas venir, pero la mayor parte, me parece, despistados o sin creérselo aún del todo. Y no es un problema económico, que no. Es más grave, es político y moral. Pensamos que mandan, que tienen capacidad para decidir, y que los programas con que nos embaucan en sus campañas electorales tienen soluciones para todos y para todo. Y después, cuando no los cumplen, y además se demuestra que no pintan nada, ejercemos, como debe ser, de pueblo civilizado y no se guillotina a nadie. Se olvida, se perdona, y se les vuelve a votar, todo lo más se cambia la papeleta del partido y pispás, se acabó, y otra vez a empezar. Realmente pintan poco y no mandan mucho, al menos no en lo que a esto de la economía se refiere. ¿Conocen la historia del origen del Acta Única Europea, en la que se asienta el proceso que nos ha traído hasta aquí? ¿Conocen la European  Round Table of Industrialist, de artúrico nombre? Ya se lo cuento en una entrada próxima a este blog, que he tenido abandonado estas semanas (perdón, por si alguien lo leía), y así tengo algo para escribir.

Yo mientras tanto voy a pensar si es posible un mundo en el que la actividad económica y las riquezas sirvan para mejorar las condiciones de vida de todos, contribuyan a la dignificación de las personas y al desarrollo armónico, con una difusión equitativa y racional de los recursos. Un mundo en el que las personas tengan la primacía en el sistema económico en virtud de su trabajo y su honradez, y estos sean el mejor título de dignidad civil. En el que no exista la inmunidad para el abuso impuesto por los poderosos que manipulan los mercados en función de sus intereses egoístas, utilizando a los gobiernos y gestores de lo público, tibios y claudicantes, más preocupados en competir con sus adversarios por el poder. Me empeñaré en concluir que es posible, lo intentaré.

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