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Los tres reyes magos: ni fueron tres, ni fueron reyes y puede que no fueran magos

Alfonso Alba

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Manuel Bermúdez Vázquez

En la primavera del año 2005 visité la ciudad alemana de Colonia, precisamente cuando se produjo la elección en el cónclave del papa Ratzinger, el que a la postre sería Benedicto XVI. Una de las cosas que más me llamó la atención de aquel viaje fue que en la catedral de Colonia, según cuenta la tradición, están enterrados los cuerpos de los tres reyes magos, metidos en una especie de baúl ricamente labrado y decorado con oro y piedras preciosas. Si bien me sorprendió descubrir que la tradición llevara hasta allí el periplo de los restos de los reyes magos, más aún me sorprendió cuando un amigo que nos servía de cicerone nos contó que se habían hecho unas radiografías a los restos del interior del baúl y se había descubierto que había huesos pertenecientes a cuatro personas… Aquella anécdota no ha abandonado mi memoria desde entonces.

Con el paso del tiempo descubrí que los tres reyes magos aparecen solo una vez en toda la Biblia, concretamente en el evangelio de san Mateo, aunque ni son tres, ni son reyes y puede que no fueran magos tal y como lo entendemos hoy en día. Por mor de la pulcritud y la acribia analítica, vamos a reproducir el fragmento del evangelio de San Mateo que habla de los reyes magos, la única mención que se hace de ellos en todo el texto sagrado:

2:1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,

2:2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.

2:3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.

2:4 Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.

2:5 Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:

2:6 “Y tú, Belén, de la tierra de Judá,

No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá;

Porque de ti saldrá un guiador,

Que apacentará a mi pueblo Israel.“

2:7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella;

2:8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.

2:9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.

2:10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.

2:11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.

2:12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

Aunque pueda parecer sorprendente, esto es todo lo que aparece en la Biblia en referencia a los reyes magos (bueno, al menos hasta donde yo sé, que no es mucho y doctores tiene la iglesia).

¿Qué conclusiones queremos sacar de todo esto? Porque, al fin y al cabo, esta es la pregunta más importante. Pues ahí va la respuesta que proponemos.

Las religiones, como toda creación humana, se construyen y requieren un proceso evolutivo que las va conformando y creando. Toda la parafernalia que se ha creado alrededor de los reyes magos no es sino una creación posterior, hecha, con toda seguridad, con la mejor de las intenciones. Pero esos tres reyes barbudos, bondadosos que traen regalos a los niños y que fueron a adorar al niño Jesús tras su nacimiento, son producto de la imaginación humana. Nada más y nada menos.

La mayoría de los exégetas de la Biblia que he consultado coinciden en que fue una conveniencia histórica la que produjo el cambio tan radical que va de los modestos versículos de san Mateo hasta la versión moderna tan abigarrada de los reyes magos. Que por cierto, la referencia bíblica a los magos quizá se refiera a unos sacerdotes persas que, como es notorio, siempre tuvieron una gran predilección por los astros y la interpretación de los sueños.

Esta conveniencia histórica se puede explicar muy sucintamente. Tras la ocupación de Jerusalén por parte de las tropas romanas de Tito en el año 70 d. C., gran parte de la comunidad judía se traslada a Siria. Allí, ante la escasez de sacerdotes judíos provocada tras la destrucción del Templo, se produce un fenómeno que continuó afectando al desarrollo tanto del judaísmo como el cristianismo: por un lado, se intenta demostrar que la figura de Jesucristo formaba parte de las tradiciones más antiguas del pueblo de Israel. Por otro, sin embargo, se produce un efecto de gran potencia: a partir de la figura de Jesucristo, ya no podrá considerarse a Dios como patrimonio exclusivo del pueblo judío. Y es en esta segunda línea de pensamiento en la que engarzan los reyes magos, o eso hemos leído en la mayoría de los intérpretes bíblicos consultados.

Estos magos, provenientes de oriente, son la forma óptima que el cristianismo desarrollará para abrirse a otros pueblos, a otras tradiciones, los reyes magos serán parte de la estrategia que convertirá a esta religión en una fortísima apelación universalista. Los reyes magos son un elemento recordatorio de que la comunidad humana está unida, de que formamos parte de la misma raza humana. La metáfora que transmiten los reyes magos es un discurso a favor de la multiculturalidad. Los reyes magos simbolizan la representación del otro, del diferente, que no por diferente deja de ser igual en humanidad, los reyes magos representan la universalidad de los seres humanos. Recordemos que, siguiendo la vieja afirmación aristotélica, el ser humano necesita de los otros seres humanos para ser hombre. Son los otros los que nos dan nuestra entidad humana. Todo esto es lo que simbolizan los reyes magos, sean o no tres, sean o no reyes, sean o no magos.

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