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Subcontratas

Limpiadoras de Mabraser en el pleno del Ayuntamiento

Blogópolis Opinión

19 de abril de 2025 20:11 h

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Michael Porter, quien ostenta una cátedra en la Escuela de Negocios de Harvard, es posiblemente la persona más influyente en la economía de empresas desde 1990. A él se deben la aplicación de conceptos fundamentales en ese campo, como la ventaja competitiva, las posibles grandes estrategias empresariales, el análisis del sector y la cadena de valor, entre otros. Es a este último concepto al que queremos referirnos, y que podemos situar del siguiente modo:

  1. Todo proceso productivo es susceptible de descomponerse en actividades.
  2. A cada actividad se le puede calcular el valor añadido que genera.
  3. Ese valor se estudia en la competencia y se compara con nuestra propia actividad.
  4. Si la competencia genera mayor valor añadido, abandonamos esa actividad y se subcontrata; si, por el contrario, nuestra actividad obtiene un mayor valor añadido, la mantenemos.

De esta forma, se hace más competitivo todo el proceso productivo: la empresa matriz conserva las actividades en las que es más fuerte y subcontrata aquellas en las que no lo es, eligiendo a las mejores empresas de la competencia. Desde entonces, se han generalizado las subcontrataciones, también conocidas —aunque erróneamente— como “externalidades”.

La principal objeción a este concepto es que solo puede ser aplicado por grandes empresas, debido a lo laborioso y costoso del proceso. Así, ha tenido éxito en sectores como la construcción, donde hemos visto empresas que se dedican específicamente a la promoción y venta, subcontratando desde los proyectos hasta tareas especializadas como movimientos de tierra, cimentación, estructura, fontanería, electricidad o pintura. También en el sector de la automoción, donde las grandes multinacionales, con la globalización, han extendido el concepto a escala planetaria, eligiendo en qué país fabricar los motores, dónde producir la carrocería, los frenos o la caja de cambios, y dónde ensamblar el vehículo. De este modo, las cadenas de producción se han hecho globales.

Traemos a colación el concepto de “cadena de valor” por su relevancia actual. El dislate de la política arancelaria de Trump, imponiendo tarifas a los coches europeos, no afecta solo a las grandes marcas europeas, sino a multitud de PYMES distribuidas por todo el planeta. Y es muy probable que ocurra lo mismo con los vehículos de marcas estadounidenses. Por otra parte, la propia Administración ha aplicado este concepto a los servicios públicos, bajo el paradigma neoliberal del “Estado mínimo”. Son actuales los problemas de las subcontratas de limpieza en institutos y los de los conductores de ambulancias, ambos con empresas “desaparecidas” que adeudan varias nóminas a sus trabajadoras y trabajadores. Estas empresas fueron, en su día, subcontratadas, normalmente mediante subastas a la baja.

La Administración, al igual que muchas PYMES, carece de recursos suficientes para aplicar eficientemente el concepto de Porter. Se guía exclusivamente por el bajo coste de las subcontratas, un ahorro que suele derivar de la explotación de sus empleados y empleadas, pues no dispone de análisis solventes sobre las empresas del sector ni sobre su capacidad, grado de capitalización, mecanización, etc. Y así nos va: con salarios bajos.

Ya en 2017, Antón Costas se preguntaba: “si la economía crece, aumenta el empleo y se reduce el paro, ¿por qué no suben los salarios?”. Su pregunta sigue siendo pertinente en 2025, más aún si se tiene en cuenta que los bajos salarios frenan el crecimiento, reducen los ingresos fiscales y desincentivan la innovación y el desarrollo empresarial.

Son necesarias empresas dignas que creen empleos de calidad, y las Administraciones Públicas no deberían fomentar empresas fantasma ni la precariedad laboral.

Virginia Ruiz Navarro y Carlos Martínez Callejo

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