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Netanyahu y la banalidad del mal

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, asiste a la ceremonia por los soldados israelíes caídos antes del Día del Recuerdo.

Blogópolis Opinión

26 de mayo de 2025 20:04 h

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Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal es posiblemente la obra más comentada de la pensadora alemana Hannah Arendt (1906-1975). Publicada en 1963, recoge un informe sobre el juicio de Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del holocausto y responsable de la “solución final”. Eichmann había planeado y coordinado la deportación masiva de judíos a los campos de exterminio.

Tras un largo periplo de huida en Alemania, Austria y Argentina, fue detenido en 1960 por agentes del Mossad y llevado a Israel, donde fue juzgado y condenado a muerte por crímenes de guerra y genocidio. A lo largo del proceso, al que Hannah Arendt asistió, como corresponsal de The New Yorker, esperando contemplar a un psicópata, un sádico asesino, se sorprendió al encontrarse con un hombre “normal”, un funcionario burócrata y con aspiraciones de promoción profesional. Eichmann había obedecido ciegamente las órdenes de sus superiores, aplicando la lógica del sistema, sin cuestionárselas, sin ningún atisbo de sensibilidad o empatía.

Así fue como Arendt formuló el concepto de “banalidad del mal”. No se trataba de trivializar los crímenes del nazismo, como algunos interpretaron, sino de explicar que no hacía falta ser un cruel desalmado para hacer el mal, sino que su origen se relacionaba con la falta de reflexión, con la ausencia absoluta de pensamiento crítico.

No hay que olvidar que la propia Arendt sufrió la represión del incipiente régimen nazi, y que ya en el verano de 1933 tuvo que decidir escapar de su país junto con su madre, del mismo modo que huyeron en aquel momento al menos cuarenta mil judíos. Comprometida con los acontecimientos que le tocó vivir, colaboró con organizaciones que ayudaban a judíos perseguidos a emigrar a Palestina y en 1940 viajó a Estados Unidos y trabajó como periodista en Nueva York.

En noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por cargos que incluyen crímenes de guerra y contra la humanidad, cometidos contra la población palestina, en la guerra que inició tras el brutal atentado y secuestro perpetrado por Hamás en octubre de 2023. Cabeza visible de un gobierno de ultraderechistas y ultraortodoxos y con cuentas pendientes con la justicia de Israel, Netanyahu no solo ha destruido Gaza, sino que es culpable de la muerte por bombas de más de cincuenta y cinco mil civiles y, al bloquear el reparto de la ayuda humanitaria, es responsable de matar por hambre a la población.

Según informa UNICEF y el Programa Mundial de Alimentos, la catástrofe es inminente, pues más de setenta mil niños y de diecisiete mil madres se hallan amenazados por malnutrición aguda. Y además Netanyahu mira hacia otro lado -cuando no colabora- con la ocupación de Cisjordania por parte de colonos judíos ultraortodoxos, en una región donde la organización terrorista Hamás es prácticamente inexistente y que -formalmente- se encuentra bajo la Autoridad Palestina.

Tras el asesinato a tiros de dos empleados de la Embajada de Israel en Washington D.C., a Netanyahu se le ha ocurrido nada más y nada menos que equiparar el grito agónico de “Palestina libre” con el del “Heil Hitler”. Triste sarcasmo de la historia; descendiente de un pueblo que fue víctima de un atroz genocidio, los indicios apuntan a que Netanyahu pretende aniquilar a otro pueblo, los palestinos.

No sabemos si Hannah Arendt lo describiría como un hombre “normal”, probablemente su capacidad de realizar el mal se relacione con la ausencia de reflexión y la lógica de una ideología extremista que no admite contrastación y se justifica en la legítima defensa. Pero como en el caso Eichmann, Netanyahu será juzgado y presumiblemente condenado.

Este texto no es apología del terrorismo de Hamás ni una manifestación en contra del pueblo judío, que tiene derecho a un hogar nacional seguro, como también lo tiene el pueblo palestino. Este texto quiere ser sólo un alegato por los derechos humanos, la democracia y la aplicación del derecho internacional para todos.

La propia Hannah Arendt en los años previos a la constitución del Estado de Israel, discrepó de la corriente dominante en el sionismo, pues lo que ella tenía en mente como ideal para la futura Palestina era una solución federal. Desconocemos la fórmula política que permitiría la convivencia pacífica entre ambos pueblos, pero entendemos que la Unión Europea y la comunidad internacional deben implicarse de manera urgente y firme en poner fin a la masacre que en palabras de Gabriel Celaya “son gritos en el cielo y en la tierra son actos”.

*Virginia Ruiz Navarro y Carlos Martínez Callejo, profesores jubilados de Enseñanza Secundaria

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