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Sí, en Gaza hay un genocidio
Una de las cuestiones que, quizás, más sorprenda a cualquier ciudadano medianamente informado sobre lo que viene ocurriendo en Gaza, son las reticencias e, incluso, en casos muy significativos de representantes políticos de la derecha, la negativa a aceptar que lo que ocurre en territorio palestino es un genocidio, un genocidio de libro, de teoría y práctica de políticas de exterminio. En Gaza, tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023, se viene desarrollando día a día, hora a hora, un nivel de aniquilación sobre territorio palestino que, señalando lo más grave y hasta ahora verificado, se acerca a las 70.000 víctimas mortales (más del 80% población civil y de ellos en torno a casi 20.000 niños), además de miles de heridos y desaparecidos; además también, una destrucción importantísima de hospitales, escuelas, centros de acogida, infraestructuras y, por supuesto, viviendas siempre con el argumento de que, muchas de ellas, son centros camuflados de ocultamiento de milicianos de Hamás.
Ni que decir tiene que este ataque diario sobre el territorio palestino de Gaza, y ante la inacción de la Unión Europea hasta ahora que sólo anuncia medidas contra Israel, viene acompañado de la expulsión inmediata de sus anteriores moradores, que deben abandonar sus tierras, sus hogares, a parte de su familia, para dirigirse a zonas señaladas por el ocupante israelí, ya muy saturadas y sin capacidad de acoger a los refugiados y que, en una muestra más de la crueldad y propósitos genocidas llevados a cabo por el gobierno de B. Netanyahu, bombardean tanto las atiborradas colas donde se distribuyen alimentos, como las columnas que salen, las más de las veces con incierto destino, hacia zonas que, precisamente y con una perversa intencionalidad han sido señaladas por el invasor israelí.
No cabe duda de que durante muchos años, a partir del final de la II Guerra Mundial, el uso del término genocidio se mostraría como un concepto jurídico muy controvertido y de difícil ajuste jurídico y político; tampoco es extraño que fueran dos juristas de origen judío los polacos Raphael Lemkin, autor y defensor del concepto hasta sus últimas consecuencias, y Hersch Lauterpacht quienes se embarcaran en un debate teórico que pretendía discernir entre el propio concepto de genocidio y el más amplio de crímenes contra la humanidad. En los planteamientos de ambos analistas, evidentemente, planeaban las políticas de exterminio que la Alemania nacionalsocialista había desarrollado sobre las comunidades judías europeas desde finales de los años treinta y durante la II Guerra Mundial que desembocaron en el holocausto (Shoah) que supuso el exterminio de, al menos 6 millones de judíos, así como también de otras minorías étnicas y sociales (gitanos, comunistas, prisioneros de guerra, discapacitados, etc.).
El debate teórico entre estos dos conceptos, que había venido iluminando una de las páginas de mayor interés en el Derecho Penal Internacional, no haría, sin embargo, que cuando finaliza la guerra y en las sentencias falladas en los juicios de Nuremberg que juzgaron a algunos de los jerarcas nazis más importantes (H. Göring, R. Hess, W. Keitel, V. Ribbentrop, entre otros), apareciera el delito de genocidio en la letra de sus veredictos y pronunciamientos y sí, por el contrario, los más generales de “crímenes de guerra”, “crímenes contra la humanidad”, como si el concepto genocidio hubiera sido subsumido en ellos; habría que esperar a algunas de las primeras resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (1946/48) y más concretamente a la nº. 96 y a la Convención de 9 de diciembre de 1948 (art. II) que consideraba como genocidio “todo acto cometido con la intención de destruir, totalmente o en parte, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
Con ser el más importante de los habidos en el siglo XX, el genocidio sobre los judíos perpetrado por la Alemania nazi no fue el único de los habidos en el pasado siglo. Políticas de exterminio genocida las hubo con anterioridad y, desde luego, después de la II Guerra Mundial, de las que son ejemplos las desarrolladas por Turquía sobre la población armenia en 1915, o la de la Rusia estalinista sobre la población ukraniana (holodomor), en los años centrales de la década de los treinta y, con posterioridad y más cercanas en el tiempo, la llevada a cabo por los “jemeres rojos” en Camboya en los años setenta o, finalmente, los procesos genocidas de limpieza étnica en Bosnia o en Ruanda, en la década de los noventa del pasado siglo XX.
Politólogos, juristas, historiadores (B. Brutenau, P. Drost, I.L. Horowitz, Y. Bauer etc.) han venido señalando que, en todos estos procesos de exterminio genocida que citamos, como también, pensamos, ocurre en el que desarrolla el estado de Israel sobre la población palestina de Gaza, se concitan los 4 elementos fundamentales a los que, con reiteración, se refirieron y que suponen sus propias condiciones de existencia: objetivos, grado de intencionalidad, protagonistas/ejecutores y modos concretos de su puesta en práctica. En el caso que nos concierne ahora, el genocidio palestino, es evidente que el objetivo del estado de Israel no es otro que eliminar de la faz de los territorios de Gaza y Cisjordania al pueblo palestino; en cuanto al grado de intencionalidad ni siquiera es ocultado por algunos de los actuales mandatarios del gobierno de B. Netanyahu, de lo que pueden ser expresivos las más recientes acciones de Israel sobre la propia ciudad de Gaza. En cuanto a los protagonistas/ejecutores de estas políticas de exterminio es evidente que el actual gobierno de coalición del que forman parte el Likud y otros partidos de la ultraderecha religiosa nacionalista y reaccionaria son los responsables, en última instancia, de la aplicación de tales políticas de exterminio las cuales, sin embargo, difícilmente podrían llevarse a cabo sin el visto bueno del centinela y aliado fundamental de Israel (EE.UU.) y, por qué no señalarlo, de la posición cómplice, inexplicable e interesada hasta ahora de la propia Unión Europea, algunos de cuyos países han venido manteniendo vínculos comerciales con el estado de Israel en una especie de “banalización del mal” que diría la politóloga alemana H. Arendt y que, lejos de constituirse en referencia de apoyo moral, político y logístico al pueblo palestino, naufraga de nuevo en el reciente realineamiento de la geopolítica mundial. Finalmente, de la puesta en práctica de estas políticas genocidas y de sus maquiavélicas y variadas formulaciones tenemos cumplida información todos los días, pese al importante esfuerzo del estado de Israel de acallar la voz de los periodistas en Palestina, sencillamente, mediante su eliminación.
En estas últimas horas, una comisión independiente de las Naciones Unidas ha elaborado un Informe en el que se reconoce explícitamente el termino de genocidio para definir lo que ocurre en Gaza desde hace ya demasiado tiempo; Europa, el mundo va tarde para intentar detener esto y, desde luego, los debates sobre los decretos de embargo de armas, sobre la ruptura de relaciones comerciales y políticas con Israel, o sobre la espera a las decisiones que debería tomar la Corte Penal Internacional no deberían diferir ni un minuto mas el intento del mundo civilizado de parar esta barbarie que todos los días se muestra ante nuestros ojos. En poco tiempo la Historia nos pasará la correspondiente factura.
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