Decrecimiento regenerativo, gestionar el colapso
Como al final de la película Niágara, de 1953, si tu barco va hacia la catarata, lo mejor es hundirlo y hacer que encalle o al menos se frene, para poder abandonarlo y saltar a un islote o a la orilla. Una metáfora del mundo en que vivimos, que aporta matices a la del Titanic.
Ojalá hubiésemos cambiado de rumbo voluntariamente, cuando hace décadas se nos advirtió de que no había salida, como nos contó aquel informe de 1972, LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO, un año antes de la primera crisis del petróleo.
La crisis del 73 respaldó la tesis del límite, pero justo ese tiempo fue también de impulso al neoliberalismo, desde el golpe de Pinochet ese mismo año en Chile, hasta la guerra de Irak de 2003, pasando por Tiananmén en el 89... toda una larga serie de hitos, que nos empujaron, desde el negacionismo del límite, al modelo global que hoy tenemos, adicto al interés, al crecimiento y los combustibles fósiles por encima de todo y de todos.
Ojalá de forma planificada hubiésemos cambiado el sistema para hacerlo justo y perdurable, pero no lo hicimos, no lo hicieron o no nos dejaron.
Acabamos 2019 reconociendo al más alto nivel el estado de emergencia climática, y empezamos 2020 declarando pandemia y alerta sanitaria. ¿Hay alguna conexión entre una y otra emergencia? Siempre hubo epidemias, pero está estudiado como la merma de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad y el tráfico de animales favorecen el riesgo de nuevas infecciones de virus a humanos, que la contaminación incrementa el daño a los enfermos y está probada la facilidad con que se expanden las epidemias en un mundo hiperglobalizado.
La declaración de emergencia climática nos recordaba que era absolutamente urgente reducir ya y drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, para intentar no incrementar la temperatura del planeta más de grado y medio. Llegar a ese incremento es grave, cerca estamos ya, pero superarlo nos encamina a la catarata de los peores escenarios climáticos.
La emergencia sanitaria nos ha llevado a hacer algunas cosas que nunca hubiésemos hecho frente al cambio climático, por mucho que se demuestre que a la larga es peor que muchas pandemias o que también influye en el surgimiento y la expansión de nuevas enfermedades.
La COVID-19 está sacando lo mejor y lo peor de nosotros. Surge solidaridad y entrega, pero también acusicas y crispación, surge amor, pero también odio. La enfermedad ha traído dolor inmenso a familias que no han podido ni despedirse de sus seres queridos, pero el confinamiento ha provocado que la puerta que se estaba cerrando todavía esté abierta: el enorme descenso de emisiones hace que aún no crucemos el umbral climático del no retorno. Desde el duelo, constatamos la paradoja.
Además, el descenso tan brusco de demanda de petróleo va a acelerar sin duda la reducción de disponibilidad futura de combustible, declive que ya teníamos garantizado. Eso es bueno para el clima, pero desastroso para la economía, porque no hicimos aún casi nada para independizarnos de este recurso.
Ahora habrá que cambiar todo más a la carrera, pero que entre agua en el barco es la menos mala de las noticias, porque nos brinda la última oportunidad de GESTIONAR EL COLAPSO, antes del sálvese quien pueda.
¿Cómo queremos salir de ésta?, ¿como en 2008?, ¿desahuciando?, ¿rescatando al capital y dejando a las familias trabajadoras a su suerte?, ¿promoviendo nuevas burbujas?, ¿haciendo más autovías?, ¿más aeropuertos?, ¿con más desigualdad o con más justicia?, ¿con más violencia o más feminismo?, ¿cuidando nuestra madre tierra o machacándola aún más?
Regla número uno: NO A LA GUERRA. Sí, porque como este insostenible sistema beneficia especialmente sólo a unos pocos, es de temer que antes de perder ellos privilegios, siembren odios y señalen enemigos, a ver si nos matamos los unos a los otros, en lugar de ponernos a cambiarlo todo.
No habrá salida fácil, desconfiemos de quienes digan que tienen la fórmula para volver a hacer lo mismo que veníamos haciendo, porque ni es bueno, ni es posible.
Puesto que vivimos una monumental conjunción de crisis en esta encrucijada civilizatoria, el final de una era, es difícil prever nuevos detonantes, especialmente el momento en el que irrumpan en escena. Es complicado predecir el efecto financiero global de las quiebras descomunales de las petroleras del fracking, o la repercusión de la deuda en un mundo sin crecimiento, o como evolucionará la pandemia y a cuantos confinamientos podría obligarnos, o qué nuevas enfermedades o sequías o inundaciones sufriremos.
Lo único que parece claro, para quien quiera verlo, es que la catarata está al frente, pero hay vida en la orilla. No hay futuro intentando pisar el acelerador, pero sí frenando, como forzados por la alarma sanitaria estamos haciendo.
Haremos bien en no dejar a nadie atrás, porque o salimos todas o no salimos, y haríamos bien en centrarnos en garantizar lo crucial: la comida, la salud, la educación, la vivienda, el clima, la biodiversidad... pasar de un crecimiento ilimitado insolidario, insostenible e imposible a un DECRECIMIENTO REGENERATIVO, un cambio radical de paradigma, un modelo que se sustente en la frenada, en la enorme tarea que implica decrecer y cambiarlo todo.
Hemos de regenerar lo destruido, relocalizar lo deslocalizado y socializar lo privatizado, conquistar bienes comunes, cuidados, derechos y soberanías, como la energética o la alimentaria, la más estratégica de recuperar desde la agroecología y la que más sinergias sociales, económicas, ambientales y de salud puede llegar a generar.
No es seguro que logremos esta transición ecosocial sin precedentes, pero es el momento de darlo todo, con amor y desapego, con apoyo mutuo, estudio, organización, trabajo y lucha, ganando conciencia como clases trabajadoras internacionalistas y solidarias, que nada deben al sistema que blinda al uno por ciento de la población.
Al frente no hay nada, sólo la catarata, pero en la orilla nos espera otro mejor mundo posible y el barco hace agua... mucha. Vamos a ello, es la señal. Por toda la gente que ha de venir y la que se nos está quedando en el camino.
Por cierto, en Niágara el barco se va al garete, pero la protagonista de la escena se salva.
Rafael Blázquez Madrid (activista y educador ambiental) Córdoba, 1 de mayo de 2020.
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