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¿Creía Albert Einstein en Dios?

Elena Pérez Nadales

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“No creo en el miedo de la vida, en el miedo de la muerte, en la fe ciega. No puedo probarle a usted que no hay un Dios personal, pero si hablara de él, sería un mentiroso.” Albert Einstein.

“No creo en el miedo de la vida, en el miedo de la muerte, en la fe ciega. No puedo probarle a usted que no hay un Dios personal, pero si hablara de él, sería un mentiroso.” Albert Einstein.

Hace un par de semanas me quedé perpleja ante un vídeo que rulaba por facebook. Se trataba claramente de una campaña de marketing pseudoreligioso, término que uso aquí en clara analogía con mi último post (Marketing pseudocientífico: una estafa al consumidor).

Se ha definido el marketing pseudoreligioso como el conjunto de acciones destinadas a estimular la participación activa de los individuos en las creencias de una determinada confesión. Esto englobaría todas las habilidades para estudiar el mercado y proyectar una estrategia comercial relevante para lograr dicho objetivo.

“No hay iglesia en este mundo que no salga a venderse”, explica el autor de un post sobre manifestaciones pseudoreligiosas. Y si no, que sirva como ejemplo de gran actualidad la controvertida decisión de la Iglesia católica de quitarle a la Mezquita Catedral de Córdoba la primera mitad de su nombre.

Volviendo al vídeo que mencionaba arriba, la historia en sí era muy cutre y el guión pésimo. Un maestro explica a sus alumnos básicamente que Dios es malo porque ha creado la maldad del mundo. Entonces un alumno aventajado de 7 u 8 años le responde de forma supuestamente elocuente con un razonamiento que deja a su maestro cabizbajo frente al resto de la clase para concluir que Dios no es maldad sino que la maldad en el mundo es el resultado de la ausencia de Dios. Y a continuación, junto a la cara angelical del niño, dos palabras y dos fechas: “Albert Einstein, 1879-1955.”

No podía dar crédito. En mi profesión lo primero que solemos preguntarnos cuando nos llega una noticia científica y antes de darle mayor difusión es por las fuentes: ¿Quién ha dicho eso? ¿Dónde ha sido publicado? ¿Quién avala ese estudio? (os remito de nuevo a mi último post para una reflexión más elaborada sobre este tema).

¿Dónde queda la capacidad crítica y la responsabilidad moral de estas MILES de personas que andaban publicando y dando difusión al vídeo del supuesto niño Einstein en sus perfiles y demás entornos sociales? La campaña de marketing pseudoreligioso había conseguido su objetivo, sin duda. Al pie del vídeo colgado en facebook se podían leer cientos de comentarios de maestros y maestras que declaraban estar difundiendo el “precioso” vídeo entre sus alumnos. Escalofriante. También, afortunadamente, había montones de comentarios desmintiéndolo y cuestionando la fuente.

Ante todo, no deja de sorprenderme el enorme deseo que muestran muchas personas que se consideran religiosas (no todas, por supuesto) por conseguir un aval científico para sus creencias. Personalmente, no necesito ningún aval científico para mi falta de creencia en un dios o ser superior. Sin embargo, las Iglesias y las personas religiosas se muestran a menudo deseosas de usar a científicos como estandartes de sus doctrinas. Intuyo que se trata de una extraña ecuación del tipo “el científico inteligente dice que Dios existe; yo digo que Dios existe, luego yo soy inteligente y/o yo tengo razón”.

Entiendo que quien es verdaderamente religioso y no duda de sí mismo ni de su fé, no va por ahí haciendo propaganda de ningún Dios ni de ningún científico que crea en su mismo Dios. En este sentido, la ciencia es tan compatible con la religiosidad como lo es con el deporte o con cualquier otra afición humana. Otra cosa sería hablar de doctrinas religiosas institucionalizadas porque en ese caso está demostrado que, tanto desde la ciencia como desde otras disciplinas del conocimiento humano (medicina, filosofía, historia, educación, ética), encontramos numerosas incompatibilidades.

El vídeo del niño prodigio ha funcionado como viral en facebook porque la gente se traga todo lo que le echen, sobre todo si viene acompañado de una música bonita y el tema toca alguna fibra sensible facilona. Es realmente lamentable.

Albert Einstein, desde su genialidad, dijo muy claro, muchas veces en su vida, que no tenía una respuesta a si Dios existe o no existe. A menudo se lamentaba y expresaba su enfado y malestar por ser utilizado como representante de doctrinas ateas o religiosas. En alguna ocasión se definió a sí mismo como “agnóstico”, rechazando expresamente la etiqueta de “ateo” porque entendía que este término implicaba un rechazo explícito a unas doctrinas religiosas concretas, algo que no le interesaba. 

Einstein expresó en diversas ocasiones que no creía en el concepto de Dios tal cual ha sido inventado o elaborado por el ser humano. Él percibía este empeño humano como un comportamiento infantil e ingenuo ante la incapacidad para asumir con humildad que estamos muy limitados por nuestra propia condición humana para alcanzar “la comprensión intelectual de la naturaleza y la de nuestro propio ser”.

“Me parece que la idea de un Dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomar en serio. Tampoco puedo imaginarme alguna voluntad o metáfora de la esfera humana. Mis opiniones son cercanas a las de Spinoza: admiración por la belleza y creencia en la simplicidad lógica del orden y la armonía del universo, que sólo podemos aprender con humildad y de manera imperfecta. Creo que tenemos que contentarnos con nuestro imperfecto conocimiento y comprensión y tratar los valores y las obligaciones morales como problemas puramente humanos los más importantes de todos los problemas humanos”. Albert Einstein, 1879-1955.

“Me parece que la idea de un Dios personal es un concepto antropológico que no puedo tomar en serio. Tampoco puedo imaginarme alguna voluntad o metáfora de la esfera humana. Mis opiniones son cercanas a las de Spinoza: admiración por la belleza y creencia en la simplicidad lógica del orden y la armonía del universo, que sólo podemos aprender con humildad y de manera imperfecta. Creo que tenemos que contentarnos con nuestro imperfecto conocimiento y comprensión y tratar los valores y las obligaciones morales como problemas puramente humanos los más importantes de todos los problemas humanos”. Albert Einstein, 1879-1955.

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