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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

El silencio

Un paseo por el cementerio de La Salud.

Juan José Fernández Palomo

2 de noviembre de 2024 19:58 h

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Estuve el otro día, después de comer gratis, dándome un paseo por el cementerio. Hacía una tarde preciosa y éramos muy pocos los vivos a esa hora en el recinto. Eso sí, había muchos muertos. En silencio.

Era un cementerio con un nombre algo ambiguo: “de la Salud”. Allí no está, digamos, ninguno de mis muertos; si es que cualquier muerto no sea, de alguna u otra manera, un poco nuestro, un poco propio. En fin…

La ausencia de ruido me recordó a una frase que le escuché a un señor hace años, cuando salíamos de un concierto de órgano en la catedral de Granada (un concierto gratuito; le doy mucho valor a todo lo que es gratis, valga la paradoja). Aquel señor le decía a su acompañante: “Messaien es un mago del silencio”. Y se quedó tan pancho.

Y es que llevaba razón, el joío. Todo buen músico conoce el valor de los silencios. Sin silencio no hay música. Y el francés Olivier Messaien era uno de ellos. Majestad de Cristo pidiendo la Gloria a su Padre, se llamaba la obra, con dos cojones. Y lo mejor es cuando no suena la música.

Es curioso, además, que Messaien tuviera esa cualidad neurológica llamada “oído absoluto”. Es una rareza chulísima, cualquier ruido era capaz, digamos, de sistematizarlo. De hecho fue conocido también como ornitólogo: llevó a sus composiciones el sonido de los pájaros: si una oropéndola frotaba sus plumas tras la tormenta lo llevaba a un arreglo de percusión, si un mirlo cantaba al amanecer se convertía en un “puente” de flauta entre dos movimientos de una sinfonía…

Pensaba en todo esto mientras paseaba por el cementerio. También en la canción de más de doce minutos de Paolo Conte titulada Diavolo Rosso, donde él solo toca una nota al piano y los demás músicos lo hacen todo. También en Keith Richards cuando levanta su mano en cualquier riff de los Stones y tarda en bajarla otra vez sobre las cuerdas de la Fender Stratocaster y es ahí, justo ahí, donde va a estar la canción que nunca borrarás de tu cabeza. Miles Davis con un pañuelo en la mano de espaldas al público sin llevarse la trompeta a los labios...

Y, claro, recordé el final de Hamlet: “lo demás es silencio”.

Cuando abandoné el cementerio reingresé en el mundo de los vivos, donde todo tertuliano lleva un cuñado dentro. Y viceversa.

Y volvió el ruido.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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