Percusión
El otro día fui al Gran Teatro a ver y escuchar un concierto. Es bueno decir “ver y escuchar” porque eso pasaba y no es bueno mentir, salvo que sea necesario.
El programa lo componían dos conciertos para piano y orquesta de Rachmaninov, posiblemente el último romántico, una estela, una cola de un cometa… Una maravilla.
Un piano de cola en el escenario es un elefante. Es el animal más bello más grande y más noble de la creación en la Tierra. Es majestad.
No hay nada más infame que dispararle a un pianista o a un elefante. Lo sabemos todos los hombres de bien. ¿Quiénes seremos los hombres, las mujeres, la gente de bien…? Pues los que nunca dispararemos al pianista. Ni al elefante.
Durante el concierto me fijé en dos percusionistas trajeados de la orquesta. Estaban sentados al fondo. Cada media hora se levantaban y daban un golpe con los platillos. Luego, se volvían a sentar hasta que otra media hora después, pegaban otro golpe de platillos.
Tienen la mayor responsabilidad posible. Si la fastidian en un golpe, se cae toda la arquitectura de Rachmaninov. Si aciertan, todo se sostiene.
Toda mi solidaridad con esos dos percusionistas. Acertaron.
Por eso, mi amiga y yo, guapos, vestidos para la ocasión, salimos felices del teatro con una sonrisa.
Como percusionistas satisfechos del deber cumplido.
Como siempre, con la duda de si todo fue suerte o talento.
Qué mas da. Funcionó.
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