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La muerte

Juan José Fernández Palomo

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No están vivos ni mi abuelo paterno, tiroteado por uno de los dos bandos de una guerra, ni mi abuelo materno, fusilado por el bando vencedor de la misma guerra nueve años después del presunto final de la misma. No está viva la mujer del primero, a la que un insecto de su huerto le aceleró la galopante diabetes que padecía desde no se sabe cuándo. No vive la mujer del segundo, a la que un cáncer de mama la arrebató de su eterno luto de vivir como viuda de un fusilado.

Tampoco vive mi madre, que me dejó en tercero de BUP a la edad que ahora tienen algunos de los amigos que se emborrachan conmigo. Y tampoco lo hace mi padre, al que se le pararon a la vez los riñones, los pulmones y el corazón en una especie de huelga corporativa de vísceras.

No viven dos amigos de infancia, adolescencia y juventud por decisión propia, tal vez inducida por algo, no sé.

Llego, pues, a la conclusión de que soy mortal aunque aún no se haya demostrado empíricamente; sin embargo, he sido durante mucho tiempo inmortal como cualquier joven que no teme a las avalanchas y no he distinguido la noche del día, el sueño de la vigilia, tener los párpados abiertos o cerrados. Y estaba bien. Pero ahora está mejor.

Parece que hemos apartado la muerte de nuestras vidas como si fuese algo ajeno o diferente. La muerte es algo que le sucede a otros, tal vez en las noticias de la tele o en las páginas de los periódicos. Y si ocurre cerca la escondemos y comercializamos con ella en tanatorios y hospitales. Mientras, seguimos sobrevalorando la vida que, bien mirado, se asemeja a un accidente. “Nunca morimos, nunca hemos nacido”, me dice un anciano monje budista. Bonita frase que me la sopla, la verdad; sin embargo la sentencia parece acercarnos a la eternidad que no es lo mismo que la inmortalidad, no se confundan.

Vale dinero morirse, lo sé, le subieron el IVA. Y más va a costar. O no: hay gestores que abogan por la privatización a ver si se desata una guerra de precios y se rompe el mercado. Será entonces cuando todos dejemos de alimentar o medicar a la abuela para aprovechar las rebajas. Querremos morir para no dejar tambaleando la economía familiar, nos harán ofertas que no podremos rechazar y las aprovecharemos.

También costará más dinero nacer, que es la primera y principal causa de mortandad futura. De hecho, es posible que restringir el derecho al aborto sea ya una manera de asegurarse el negocio.

Si yo fuera un alcalde justo e inmortal, fusionaría Cecosam y Sadeco. Pero creo que la propia finitud de mi tránsito terreno me lo va a impedir.

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