El Madrid ilustrado
De repente me acordé de esto:
Madrid, castillo famoso/que al rey moro alivia el miedo,/arde en fiestas en su coso,/por ser el natal dichoso/de Alimenón de Toledo./ (…)/Vinieron las moras bellasde toda la cercanía,/ y de lejos muchas de ellas,/las más apuestas doncellas/que España entonces tenía…
Es de un poema de Nicolás Fernández de Moratín, “Tarde de toros en Madrid”, se llama. Horroroso. Nicolás fue el padre de Leandro. Malos padre e hijo. El siglo XVIII en España fue un desastre. Acuérdense de Jovellanos, un tipo al que le pusieron el nombre de dos magos inexistentes: Gaspar Melchor de Jovellanos. Al supuesto negro lo ignoraron. Qué desastre.
Creo que la Ilustración pasó de largo por este país. Eso me recuerda Luis con el que coincido los sábados a las puertas de la panadería de Brooklyn, nuestro barrio. Luis es de la Costa Este, afrancesado por muchas cosas que ahora no vienen al caso: “No hemos tenido Ilustración, así nos va”. Yo asiento y pienso en la guillotina como gran invento frente al garrote vil, tan cutre.
Volveré a Madrid, supongo, que es tan del dieciocho en jardines y fachadas, en trazas urbanas y al que la Ilustración le pasó por encima como un plumero que no le quitó del todo el polvo.
Volveré a la Latina y a la calle Tabernillas con mi amigo Rodolfo y sus secuaces y tomaré oreja a la plancha y un vermut y unas cervezas en Bodegas Lo Máximo con la Mamen en Lavapiés donde la Ilustración son los colores y los acentos.
La Ilustración fueron dos cursos de mierda en mis estudios de Literatura Española, que lo sepas Madrid, no es tu culpa, sabes que te quiero a pesar tuyo.
La Ilustración Española es el perro semi hundido de Goya. Ese aragonés de Madrid. El perro que somos todos.
Usted. Me too.
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