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Duelos y quebrantos

Juan José Fernández Palomo

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Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes)

Lo que el chiflado hidalgo venido a menos Alonso Quijano comía los sábados ha puesto a cavilar desde siempre a los estudiosos de la literatura. Sobre la mesa, “duelos y quebrantos” es un sencillo plato manchego de labradores que básicamente consiste en huevos revueltos con tocino y admite también chorizo o sesos. Pero sobre el mantel de la historia, su nombre podría referirse al duelo que producía a los “cristianos nuevos” quebrantar la ley judía de no comer cerdo (ah, ese arraigado sentimiento de culpa tan judeocristiano...); o servido sobre la propia literatura, tal vez, simplemente Cervantes quiso decir que a Quijano no le gustaba nada lo que le servían los sábados o incluso que estaba tan tieso que ese día de la semana ayunaba por narices con gran duelo y pesar.

Sirva este ejemplo clásico para ilustrar lo complicado que resulta acercarse al valor del hecho literario sin despertar el sano debate intelectual, no sólo en la sincronía de la obra en el momento de ser creada, sino también en su diacrónico viaje generación tras generación hasta llegar a ser leída con perspectiva. Y lo simplista que resulta el no hacerlo así. Pero, claro, es que estamos hablando de la obra fundacional de la novela moderna escrita por el Príncipe de las Letras en nuestra lengua.

“El Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes es el máximo reconocimiento a la labor creadora de escritores españoles o hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española”. Así lo define el Ministerio de Cultura del Gobierno de España (haya el ministro que haya a su frente, incluso el actual).

No podía tener mejor nombre, obviamente, y desde su creación en aquel lejano -o no tanto- año de 1975 ha sido concedido a 38 autores desde el primero a Jorge Guillén hasta a Caballero Bonald en la última edición, pasando por Borges, Gelman, Carpentier, Alberti, Dulce María Loynaz, Mutis, María Zambrano, Torrente Ballester, Umbral, Marsé, Gamoneda, Hierro, Ana María Matute... Una pasada, resumiendo.

Hace unos días, abriendo institucionalmente Cosmopoética 2013, se homenajeó -una vez más- la obra y la figura del cordobés Pablo García Baena en un engolado acto conducido por el engolado profesor y parlamentario andaluz por el Partido Popular, Antonio Garrido Moragas, último antólogo del poeta.

Allí, con indisimulado chovinismo cordobés, se volvió a pedir (no sé si al aire, a la Academia, a los dioses, a las musas o a San Rafael) que el próximo Premio Cervantes sea para García Baena. Un deseo.

Fue el propio gran poeta y lector de grandes poetas, Pablo, el que tuvo que poner una nota de sensatez -y modestia no falsa- ante los emocionados hooligans: “mi único mérito es la edad”, dijo.

Y es que un Premio Cervantes se diferencia bastante de Un Potro de la Federación de Peñas, creo.

Todo esto me lleva a temer que un festival como Cosmopoética, que en sus diez años de vida ha colgado versos de los árboles y balcones de nuestra ciudad, ha colado la poesía en las aulas de los coles e institutos, ha empapelado de versos fachadas y ha congregado aquí a poetas de todo el mundo en más de veinte lenguas diferentes -como se plasma en la impresionante antología que se acaba de editar- acabe, por la falta de ideas o voluntades disfrazadas de prioridades presupuestarias, agonizando lentamente hasta convertirse en una especie de ceremonia de juegos florales para el día de la patrona en la que si no portas -según dicta el protocolo- la capa y el sombrero no entras.

Eso sí que sería un quebranto de la idea y un duelo largo y difícilmente soportable.

Prefiero una Cosmopoética muerta como un cisne de un disparo de nieve.

(por cierto, el corrector automático de mi procesador de textos me subraya en rojo la palabra Cervantes; es que ya no hay respeto por nada, pardiez)

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