Cuento ucrónico-utópico
Dicen que hubo una vez en una tierra y tiempo remotos, un país –sí, le llamaban país- en que no había gobierno. Bueno, en las teles, las radios y demás decían que sí, que había un “gobierno en funciones”; pero el propio gobierno en funciones no estaba para según qué funciones.
Sí, amigos, todo parecía una función de sainete.
Sin embargo, a pesar de esa circunstancia ligeramente anómala, todo parecía funcionar como siempre había sido: unos camareros eran amables, otros eran siesos; el mecánico o el fontanero te reparaban las averías y te preguntaban si querías las facturas con IVA o sin él; los colegios estaban abiertos, la Agencia Tributaria asustaba con su habitual amabilidad a los peatones contribuyentes mientras se descubría a gente participando en opacas empresas ultramarinas; los chavales hacían botellón; había festivales de cine hasta debajo de las piedras; embargaban a gente, gente pedía créditos para ir a la feria; se hacían comentarios más o menos descabellados a las noticias digitales; los tertulianos y tertulianos tertuliaban exageradamente como aves en cortejo nupcial en un loro-parque… En fin, todo parecía desarrollarse en una consuetudinaria normalidad.
En esa tierra y tiempo remotos, a unos pocos todo aquello les parecía una situación insostenible, mientras que a la mayoría se la sudaba mientras estallase el azahar, se celebrasen catas del vino y hubiera partidazos de fútbol seis días a la semana (por lo menos, las semanas seguían teniendo siete días, la cosa no parecía tan grave).
Y colorín, colorado, este cuento no sé si se ha acabado.
Como todos, este cuento tendrá una moraleja. Pero no voy a ser yo quien la exprese, no vaya a ser que me dé la risa y acabe pegándole cabezazos al teclado del ordenador y acabemos, él y yo, descacharrados.
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