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Breve historia de la automoción

Juan José Fernández Palomo

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1.

El primer coche en el que me monté tenía la palanca de cambio de velocidades junto al volante. Tenía también una radio. Ambas cosas le parecían fascinantes al niño asomado desde el asiento de atrás.

Luego viajé en un vehículo con la palanca de mandos de cuatro velocidades ya instalada entre los dos asientos delanteros. Ése tenía un radiocasete y el piloto o el copiloto podían insertarle la música que quisieran en cintas originales o grabadas y regrabadas. Mambos de Pérez Prado, rancheras de Miguel Acebes Mejía (“Si he de morir, que sea de siete balasos…”)

Poco más tarde a los coches se les podía poner o quitar un radiocasete “extraíble” (que incluso tenía un asa para transportarlo). Era un gran signo tener un trasto de esos. “Extraíble” es un adjetivo muy extraño, puede servir para matizar un matrimonio o para sacar un féretro de un horno crematorio si decidimos jugar la prórroga.

Conocí a un tipo que le compró un extraíble, de la marca Blaupunkt, a un yonki del barrio tan desesperado como inofensivo. El tipo no tenía coche, pero tenía un radiocasete extraíble con el que salía por la noche a tomar cervezas vestido con un Levis 501 comprado en Ceuta y su mejor camisa y lo dejaba en la barra del bar junto al cenicero. Ahora creo que ese tipo era un dandi. O un optimista. Después, gracias a ciertas lecturas, asimilé la palabra “dandi” a “cutre”. Y “optimista” a “cándido”. Todo con cierta dignidad, eso sí.

Luego llegó lo de los cedés olvidados en la guantera o en las bateas de las puertas de los coches prestados.

2.

Hasta que me examiné del carnet de conducir sólo había visto coches con cuatro velocidades, el Ford Escort de mi autoescuela ya tenía cinco; pero mi monitor nunca me dejó meter la “quinta”; por lo tanto aún me sigue costando meterla en una recta de la A-92 a la altura del Desierto de Tabernas y los que me adelantan me miran y menean la cabeza con ese gesto que significa “ay, panoli”. Me da igual, es domingo, subo el volumen del carrusel deportivo y me enciendo un cigarrillo. Mi compañera duerme a mi lado con las piernas estiradas y los pies desnudos casi acariciando el parabrisas. Arena en la bandeja, pasado reciente. La Isleta del Moro.

En Chipre alquilé un coche con el volante a la derecha (esa isla fue colonia británica). Era un Peugeot chiquito, barato. Al salir del concesionario escuché un ritmo sincopado de golpecitos a mi izquierda: me había llevado para adelante tres retrovisores de los coches aparcados. La calle era estrecha, yo soy estrábico, mi percepción espacial se estaba afinando… aceleré.

En Chipre los coches de alquiler tienen la matrícula con el fondo rojo para indicarles a los indígenas: “ojo, tourist con coche alquilado, atención, posible peligro”. Me parece justo.

Nunca me he comprado un coche nuevo, veo que hacen cosas extrañas, ruiditos de aviso, que te hablan, que tú les puedes hablar. Que te manejan y tú te crees que conduces. O eso parece. Me monté de noche en un Lexus de alta gama de un pariente y su salpicadero iluminado de infinitas leds me pareció la Estación Espacial Mir que significa “esperanza” en ruso. La URSS también estalló satélite a satélite y ahora no es fácil ver un Lada Niva subiendo por El Brillante. España le ganaba a Yugoslavia.

Me dicen también que raro es el coche nuevo que incluya un cenicero de serie. Que eso sería un “extra”, si te dan la opción.

Qué cosas…

…Aquel Renault-5 con un faro roto de madrugada por la carretera de Trasierra, cuando muerte no estaba aún en ninguno de nuestros diccionarios ¿Te acuerdas?

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