Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
… el artista, el escritor, el pintor o el cineasta que consiga encarnar la bondad habrá hecho algo maravilloso por nuestra especie
Manuel Vilas
En estos tiempos de tanto ruido y tanta zozobra, de tanta maldad presunta y explícita, reconforta ver una película como Una quinta portuguesa. Una de esas obras cinematográficas que, pese a su evidente poso literario, consigue levantar el vuelo de las palabras y el riesgo de la facilona pedantería para sumergirnos en una fábula, de seres humanos y de fantasmas, en la somos atrapados por un relato perfectamente urdido por Avelina Prat. La guionista, que también es la directora, y siguiendo el rastro que ya apuntara en Vasil, su primer largometraje, nos propone una mirada sobre lo humano que pareciera que no está de moda, y que se fija, muy especialmente, en la bondad que atesoramos y desde la que resulta tan fácil crear puentes y vínculos. El protagonista, Fernando, es fundamentalmente un hombre bueno, como también lo son quienes comparten historia con él, lo cual no quiere decir que no sean sujetos con cielos nublados a veces y con mochilas que demuestran que vivir no es un juego. La historia de este profesor de geografía, que reivindica los mapas a la vieja usanza como una forma de ordenar el mundo, es, yo diría, la historia de cualquiera de nosotros. Porque lo que realmente nos cuenta Prat es cómo somos sujetos con capacidad de reinventarnos, con la necesidad incluso de cambiar de piel y con esa tendencia a escapar que hace tan complicado que nuestras biografías quepan en los marcos dibujados por un geógrafo.
Una quinta portuguesa nos habla de cómo todas y todos somos extranjeros, y cómo de distintas maneras vivimos exilios que nos hacen cambiar de escenario y que nos permiten seguir aprendiendo. Nómades, que diría Rosi Braidotti. La peripecia de Fernando, que se convierte en Manuel, pero también la de Amalia, o la de Olga, nos demuestran que el desarraigo y la extranjería forman parte de nuestra naturaleza. De ahí, en consecuencia, la importancia de que los otros y las otras nos acojan y nos abracen, y viceversa, tal y como vemos en el nuevo mundo que el profesor de la película descubre en Portugal, donde ni siquiera necesita dominar la lengua – ni la de las palabras ni la de las plantas – para sentirse acogido. En este sentido, la hermosa segunda película de Avelina Prat nos cuenta cómo la extrañeza es parte también de nuestro ser, tanto la que habita en nosotros y con la que a veces estamos en lucha, como la que desde afuera nos interpela y nos abraza por parte de quienes hospitalariamente nos reconocen. La pasión de los extraños, como explica en su último libro Marina Garcés, como fundamento de una sociabilidad que rompe los márgenes estrechos de las formas institucionalidad de relación. Algo que en la película comprobamos al ver la singular familia que, fuera de todos los cánones, acaban formando Fernando, Amalia, Ana, Rodrigo (y los fantasmas), en una quinta que parece un microcosmos a salvo del mundo.
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