Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
Los pies de una niña de siete años caminando por un suelo que rápidamente identificamos con una época de nuestras vidas. Los pies y las manos. Los ojos. La respiración de unos menores que viven un verano en el que la infancia, donde siempre hay de manera real o soñada una playa, les muestra el pliegue más doloroso de la vida. A la altura de los ojos de dos hermanos, Rita y Lolo, pero sobre todo de Rita, nos adentramos entre las costuras de un matrimonio, de un hogar, de un mal querer. En un verano sevillano de ventiladores y primeros aires acondicionados, de piscinas de barrio y azoteas con sábanas blancas tendidas al sol, recorremos con ellos, como si estuviéramos pegados a sus pechos que se aceleran y se encogen, los senderos de una cotidianeidad que todavía entonces, en los años 80 del pasado siglo, era un espacio privado. Donde regía la autoridad del pater familias y el silencio de las amas de casa que tenían como profesión “sus labores”. Unos años en los que todavía el matrimonio podía ser una cadena perpetua.
El gran acierto del sorprendente debut como cineasta de Paz Vega es contarnos una historia dramática y dolorosa, en la que bulle memoria personal y colectiva, desde un lugar que ha estado habitualmente ausente en el relato de las violencias machistas. El de los hijos y de las hijas que asisten no solo como espectadores, sino también como parte, a esa tensión permanente que recorre las habitaciones cuando hay un padre que solo parece conocer el lenguaje de la ira, aunque también en ocasiones le podamos ver como un tipo cariñoso y hasta como un perfecto vecino y trabajador. La actriz, que no solo dirige sino que también ha escrito el primoroso guion, ha tomado decisiones muy inteligentes para que la historia de Rita, pero que es también la de su hermano Lolo y la de su madre Mari, nos emocione y nos abra una de esas heridas que solo consiguen provocar los relatos en los que de alguna manera nos reconocemos. Para empezar, la película está rodada a la altura de la mirada de los niños. Son ellos, y sus miradas, y sus latidos, y sus respiraciones, los que dominan una escena en la que los adultos aparecen siempre en un segundo plano, a veces difuminados, como parte de un mundo que desde los cinco o siete años se ve como ajeno e incomprensible.
Desde su altura e inocencia asistimos a conversaciones de mayores, a decisiones que cuesta entender, a costumbres que se repiten sin importar si dejan víctimas por el camino. En ese objetivo juega un papel esencial la fotografía que transita entre las penumbras de la casa donde conviven el amor y los gritos, la luminosidad de las calles de juegos y verbenas, el sol mágico que atraviesa las ventanas del hospital donde está ingresada la abuela o ese dorado de piscina que es para muchos el eterno verano de la infancia. Todo ello, además, es urdido por Vega con muchos y pequeños detalles, perfectamente ensamblados, que contribuyen a mostrarnos el contexto de una época, de un barrio y de una determinada clase social. En unos años en que España despertaba a la democracia y en los que, junto a consultorios nada feministas en la radio, muchas mujeres empezaban a preguntarse por la posibilidad del divorcio. Y aunque el relato se centra en el núcleo familiar, varios pequeños personajes contribuyen a completarlo para así mostrarnos el arco entero del despertar a la vida de los protagonistas. En este sentido son impagables la vecina que le enseña a Rita a bailar sevillanas, otra que por divorciada y libre genera todo tipo de suspicacias en el barrio o el solitario hijo de ésta que solo es acogido con ternura por la pequeña Rita.
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