Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.
Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.
Una de las cosas que he ido aprendiendo de las mujeres feministas es a reconocer las heridas y asumirlas como parte de nuestra identidad, como una grieta desde la que nos ubicamos en el mundo e incluso damos forma a nuestras palabras. Algo de lo que saben mucho y bien las mujeres creadoras que, frente a las violencias masculinas, incluida entre ellas el silencio de ellas, han sabido siempre buscar una vía de emancipación a partir de la experiencia de la exclusión. Unos procesos que, en general, los hombres, muy especialmente los que han sido parte del paradigma dominante, no hemos asumido nunca, o al menos no desde la misma forma que ellas. Entre otras cosas, porque no hemos sido conscientes de lo que el género supone para nosotros y porque, claro, desde una atalaya de privilegio, es complicado inclinar el rostro para descubrir el cuerpo maltrecho.
Afortunadamente, poco a poco, y como parte de esa transformación masculina que avanza mucho más lento de lo que a muchos y sobre a todo a muchas gustaría, vamos encontrándonos con hombres que comienzan a pensarse y a reflexionar desde ese lugar incómodo. Lejos de las narrativas heroicas e incluso reconociendo la pesada mochila que ellas han supuesto y suponen para quienes no saben que ser un hombre de verdad es un imposible. De esta manera, empezamos a encontrar en las producciones audiovisuales referencias que nos muestran masculinidades heridas, rotas, desubicadas, y que en la mayoría de las ocasiones no son sino el resultado dramático de responder a unas expectativas ilusorias y de renunciar a esa parte de humanidad que los tíos esquivamos en nombre de la sacrosanta virilidad. Entre estos nuevos relatos que nos permiten, como mínimo, cuestionarnos buena parte de los espejos en que nos hemos mirado habitualmente, sobresale la recién estrenada Yakarta, la magnífica serie ideada por Diego San José y en la que Javier Cámara realiza una de las composiciones más complejas y hondas de su carrera, una de esas interpretaciones en la que el mismo cuerpo del actor es como un folio en blanco por el que vemos discurrir pesares, emociones y dilemas. Su desnudez en el capítulo tercero merece por sí sola todos los premios de la temporada.
La historia de JoseRa, un exjugador olímpico de bádminton al que vemos arrastrarse por los senderos de un fracaso que tiene mucho que ver con las heridas causadas por un orden masculino que lo pisoteó, está contado con un pulso dramático que va poco a poco ganando intensidad y que nos va ofreciendo cientos de capas a través de las cuales vamos entendiendo el dolor de ese hombre al que Cámara otorga una profunda humanidad. Su relación con la joven , interpretada por una también prodigiosa Carla Quílez, con la que de alguna forma busca cicatrizar dolencias y a la que entrena, además, para que ella no renuncie a desplegar sus alas, nos permite recorrer con él, y con ella, una vía en la que vamos descubriendo errores, traiciones, soledades e ilusiones truncadas. Todo ello, insisto, en un mundo hecho a imagen y semejanza de quienes siempre ocupamos el púlpito y por quienes no renunciaron tampoco a ejercer el poder sobre los más débiles mediante juegos de seducción y violencia. La violencia masculina ejercida sobre las mujeres pero también sobre otros hombres, sobre niños, en ese marco de relaciones que durante siglos disfrazó desde la jerarquía abusos de quienes estaban en un lugar de debilidad y sometimiento. Un agujero negro en la dignidad al que solo muy recientemente hemos empezado a poner nombre.
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